Ambientar una película en el Transiberiano es casi tan acertado como hacerlo en el Titanic. Más que medios de transporte, constituyen auténticas leyendas de la cultura popular y que por tanto arrastrarán de bien seguro a miles de espectadores atraídos por el aura de misticismo que los rodea. Aunque la ruta ferroviaria más famosa del mundo, al contrario que el fatídico buque, nunca ha derivado en tragedia, sí que mantiene en común esa esencia del más difícil todavía que durante siglos ha apasionado a la raza humana. Obras faraónicas e inabarcables que siempre despertarán la curiosidad de los mortales.
Añadir a los 9.288 kilómetros de una ruta legendaria que atraviesa ocho zonas horarias una historia de misterio y suspense parece entonces la fórmula perfecta para un triunfo asegurado. Sin embargo, el thriller ha debutado en nuestro país situándose en la sexta posición en taquilla, por detrás de productos de segunda como Noches de tormenta (con Richard Gere y Diane Lane) o El reino prohibido. ¿Qué ha fallado entonces?
Es probable que si la producción proviniera de Hollywood y estuviera protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, el producto hubiera tenido más posibilidades de desbancar a los chicos de ese fenómeno llamado High School Musical. Pero una vez vista Transsiberian, es mucho más sensato pensar que la película ni despierta pasiones ni encendidos rechazos, y que en esa frontera bordeando la mediocridad el boca a boca deja de funcionar.
Transsiberian defraudará y entusiasmará a bien pocos porque es una pura previsión. Por un lado reúne todos los requisitos de una película de suspense con drogas de por medio. Traficantes desalmados, métodos de tortura, giros más o menos inesperados y, sobre todo, unos protagonistas descaradamente inocentes. En la película, los rusos siguen siendo lo malos, los latinos unos salidos y los norteamericanos unos tontos de remate. De ahí que la Jessie que encarna de manera muy notable Emily Mortimer no sospeche en ningún momento ni de la evidencia.
Por otro lado, en esta especie de ‘rail movie’ con origen en Pekín y destino a Moscú, se incluyen las mismas cualidades que caracterizan al género sobre ruedas. Personajes que entran, personajes que se van, paradas, interrupciones, cambios de ruta, contratiempos. En las películas, los viajes nunca salen como uno los había planeado y en el caso de Transsiberian no podía ser menos. Como siempre, los protagonistas aprenden, reflexionan y maduran con la experiencia.
Por último, los espectadores atraídos por el tren que da nombre al filme tampoco se sentirán defraudados. Transsiberian nos permite conocer la estación de origen de la ruta en Pekín, el cambio de ancho de vía en la frontera con Mongolia, los imponentes paisajes entre los que se va abriendo paso el ferrocarril, etcétera. La fotografía nos regala planos fascinantes, como un travelín con la gran muralla china de fondo o los preciosos planos cenitales del tren avanzando entre la nieve (los que quieran vivir la experiencia sepan que deberán invertir más de 7 días de viaje y unos 300 dólares por el billete).
Aunque la previsibilidad del filme es palpable de principio a fin, conviene resaltar algunos pequeños logros. El más importante, ese paso de gigante interpretativo que lleva a cabo Eduardo Noriega desde su último y bochornoso trabajo en Lolita’s Club a Transsiberian. No es que aquí esté para tirar cohetes, es que en el club de alterne pareció suicidarse como actor. De los demás intérpretes capitaneados por Brad Anderson, ninguno sobresale, pero ninguno tampoco decepciona.
La película despunta en determinadas secuencias, como el agonizante momento en que Jessie lucha por deshacerse de una mochila repleta de matriuskas, pero también fanfarronea en exceso a la hora de hacer desaparecer, como si de David Copperfield se tratara, vagones y pasajeros del Transiberiano. Un filme que equilibra de forma tan eficaz méritos y deméritos, que provoca en el espectador reacciones tan neutrales, sólo puede calificarse, del 1 al 10, con un 5 pelado.
Añadir a los 9.288 kilómetros de una ruta legendaria que atraviesa ocho zonas horarias una historia de misterio y suspense parece entonces la fórmula perfecta para un triunfo asegurado. Sin embargo, el thriller ha debutado en nuestro país situándose en la sexta posición en taquilla, por detrás de productos de segunda como Noches de tormenta (con Richard Gere y Diane Lane) o El reino prohibido. ¿Qué ha fallado entonces?
Es probable que si la producción proviniera de Hollywood y estuviera protagonizada por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, el producto hubiera tenido más posibilidades de desbancar a los chicos de ese fenómeno llamado High School Musical. Pero una vez vista Transsiberian, es mucho más sensato pensar que la película ni despierta pasiones ni encendidos rechazos, y que en esa frontera bordeando la mediocridad el boca a boca deja de funcionar.
Transsiberian defraudará y entusiasmará a bien pocos porque es una pura previsión. Por un lado reúne todos los requisitos de una película de suspense con drogas de por medio. Traficantes desalmados, métodos de tortura, giros más o menos inesperados y, sobre todo, unos protagonistas descaradamente inocentes. En la película, los rusos siguen siendo lo malos, los latinos unos salidos y los norteamericanos unos tontos de remate. De ahí que la Jessie que encarna de manera muy notable Emily Mortimer no sospeche en ningún momento ni de la evidencia.
Por otro lado, en esta especie de ‘rail movie’ con origen en Pekín y destino a Moscú, se incluyen las mismas cualidades que caracterizan al género sobre ruedas. Personajes que entran, personajes que se van, paradas, interrupciones, cambios de ruta, contratiempos. En las películas, los viajes nunca salen como uno los había planeado y en el caso de Transsiberian no podía ser menos. Como siempre, los protagonistas aprenden, reflexionan y maduran con la experiencia.
Por último, los espectadores atraídos por el tren que da nombre al filme tampoco se sentirán defraudados. Transsiberian nos permite conocer la estación de origen de la ruta en Pekín, el cambio de ancho de vía en la frontera con Mongolia, los imponentes paisajes entre los que se va abriendo paso el ferrocarril, etcétera. La fotografía nos regala planos fascinantes, como un travelín con la gran muralla china de fondo o los preciosos planos cenitales del tren avanzando entre la nieve (los que quieran vivir la experiencia sepan que deberán invertir más de 7 días de viaje y unos 300 dólares por el billete).
Aunque la previsibilidad del filme es palpable de principio a fin, conviene resaltar algunos pequeños logros. El más importante, ese paso de gigante interpretativo que lleva a cabo Eduardo Noriega desde su último y bochornoso trabajo en Lolita’s Club a Transsiberian. No es que aquí esté para tirar cohetes, es que en el club de alterne pareció suicidarse como actor. De los demás intérpretes capitaneados por Brad Anderson, ninguno sobresale, pero ninguno tampoco decepciona.
La película despunta en determinadas secuencias, como el agonizante momento en que Jessie lucha por deshacerse de una mochila repleta de matriuskas, pero también fanfarronea en exceso a la hora de hacer desaparecer, como si de David Copperfield se tratara, vagones y pasajeros del Transiberiano. Un filme que equilibra de forma tan eficaz méritos y deméritos, que provoca en el espectador reacciones tan neutrales, sólo puede calificarse, del 1 al 10, con un 5 pelado.
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