“El Opus Dei ha utilizado para sus fines el calvario de una niña”, ha declarado en una carta abierta el director de Camino, Javier Fesser, ante las previsibles críticas de la organización ultrarreligiosa. Una visita a la página web dedicada a Alexia González-Barros (www.alexiagb.org) es suficiente para corroborar su afirmación y para aplaudir la existencia de una película como esta. Vídeos, fotografías, testimonios e interpretaciones de lo más tergiversadas conforman un completo site para fanáticos de Dios y sirven a su vez para sustentar los pasajes del filme que causan más perplejidad.
Sólo hay que observar de qué manera interpretaron sus familiares la muerte de la niña: “Sus últimas palabras fueron Más y Sí. Más porque deseaba que siguieran hablándole de Dios. Con su Sí reiteraba el deseo que había manifestado constantemente desde que era niña: Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras”. Mirado fríamente, Jesús quería para Alexia una terrible enfermedad y una muerte agónica. La familia no tuvo más remedio que acogerse ciegamente a sus creencias para dar sentido a la tragedia. Y La Obra vio en la fe de todos ellos un filón para lograr adeptos.
Camino, más que una crítica a la institución religiosa, que también, es una reflexión sobre la ceguera que muchos fieles prefieren escoger antes que asimilar la cruda realidad. Elude plasmar explícitamente al Opus Dei como una secta maligna y terrorífica, al más puro estilo El código da Vinci, porque suficiente pavor provoca ya la impotencia de una niña a la que tan sólo dejaron soñar, aunque ni siquiera sus sueños pudieran librarse tampoco del miedo.
El eslogan escogido para promocionar el filme puede parecer de lo más inapropiado. ¿Quieres que rece para que tú también te mueras?, extraído totalmente fuera de contexto, no es más que una frase de mal gusto pensada por un ingenioso publicista con el único fin de provocar revuelo, que siempre vende. Sin embargo, en la película adquiere un sentido filosófico cuando Camino se la plantea a su devota hermana. Si tan envidiosa estás de que me vaya al cielo, ¿por qué no te vienes conmigo? venía a decirle la inocente chiquilla ante tan incomprensible contradicción.
Precisamente en la edad de la pequeña se encuentra el punto más estremecedor de la película. En esa etapa de descubrimientos que su amiga nombra tan alegremente como preadolescencia, Camino se ve obligada a cuestionar la fe ciega de su madre por las penosas circunstancias que le sobrevienen. La fe que le ha impedido leer, vestir, pensar y amar como le dé la gana, ahora le dictamina también cómo debe llevar su sufrimiento, como debe asimilar que sus últimos días se los pasará postrada en una cama. El único camino que le queda, con el miedo recorriéndole las venas, es encomendarse al Dios que lleva mamando desde que nació. De ahí que resulte tan estremecedor que desde la macabra página web que lleva su nombre manifiesten de forma tan simplista que la niña supo llevar su enfermedad “con paz y alegría”.
Cada uno de los personajes de Camino simboliza una idea, un estado de ánimo, una actitud ante la vida. La madre, magistralmente interpretada por Carme Elías, es la metáfora viva de la venda en los ojos, de las frustraciones vertidas en los hijos. Su marido, la impotencia. Manuela Vellés, la exótica belleza de Caótica Ana, consigue expresar con Núria la nulidad y la sumisión, mientras que su hermana Camino, una Nerea Camacho sobrenatural, representa la inocencia ultrajada. Don Luis y su séquito son el poder, la manipulación. Y Mr. Meebles, ese viejo enano con traje verde, es el que lo sabe todo sobre todas las cosas pero que sin embargo tiene un grave problema. No existe.
Javier Fesser ha logrado casi lo imposible. Cambiar radicalmente de registro tras Mortadelo y Filemón, no sólo sin morir en el intento sino saliendo bien airoso. Remover conciencias combinando el drama más puramente realista y descorazonador con la fantasía de un cuento de hadas. Provocar en el espectador la lágrima más sentida y dando qué pensar. Llevar la religión al cine con tan inusual libertad de expresión. Camino es brillante en la realización, interesante en la reflexión y soberbia en la interpretación. Por ese motivo, resulta tan desconcertante que no se encuentre rumbo a los Oscar la que sin duda es la mejor película española del año.
Sólo hay que observar de qué manera interpretaron sus familiares la muerte de la niña: “Sus últimas palabras fueron Más y Sí. Más porque deseaba que siguieran hablándole de Dios. Con su Sí reiteraba el deseo que había manifestado constantemente desde que era niña: Jesús, que yo haga siempre lo que tú quieras”. Mirado fríamente, Jesús quería para Alexia una terrible enfermedad y una muerte agónica. La familia no tuvo más remedio que acogerse ciegamente a sus creencias para dar sentido a la tragedia. Y La Obra vio en la fe de todos ellos un filón para lograr adeptos.
Camino, más que una crítica a la institución religiosa, que también, es una reflexión sobre la ceguera que muchos fieles prefieren escoger antes que asimilar la cruda realidad. Elude plasmar explícitamente al Opus Dei como una secta maligna y terrorífica, al más puro estilo El código da Vinci, porque suficiente pavor provoca ya la impotencia de una niña a la que tan sólo dejaron soñar, aunque ni siquiera sus sueños pudieran librarse tampoco del miedo.
El eslogan escogido para promocionar el filme puede parecer de lo más inapropiado. ¿Quieres que rece para que tú también te mueras?, extraído totalmente fuera de contexto, no es más que una frase de mal gusto pensada por un ingenioso publicista con el único fin de provocar revuelo, que siempre vende. Sin embargo, en la película adquiere un sentido filosófico cuando Camino se la plantea a su devota hermana. Si tan envidiosa estás de que me vaya al cielo, ¿por qué no te vienes conmigo? venía a decirle la inocente chiquilla ante tan incomprensible contradicción.
Precisamente en la edad de la pequeña se encuentra el punto más estremecedor de la película. En esa etapa de descubrimientos que su amiga nombra tan alegremente como preadolescencia, Camino se ve obligada a cuestionar la fe ciega de su madre por las penosas circunstancias que le sobrevienen. La fe que le ha impedido leer, vestir, pensar y amar como le dé la gana, ahora le dictamina también cómo debe llevar su sufrimiento, como debe asimilar que sus últimos días se los pasará postrada en una cama. El único camino que le queda, con el miedo recorriéndole las venas, es encomendarse al Dios que lleva mamando desde que nació. De ahí que resulte tan estremecedor que desde la macabra página web que lleva su nombre manifiesten de forma tan simplista que la niña supo llevar su enfermedad “con paz y alegría”.
Cada uno de los personajes de Camino simboliza una idea, un estado de ánimo, una actitud ante la vida. La madre, magistralmente interpretada por Carme Elías, es la metáfora viva de la venda en los ojos, de las frustraciones vertidas en los hijos. Su marido, la impotencia. Manuela Vellés, la exótica belleza de Caótica Ana, consigue expresar con Núria la nulidad y la sumisión, mientras que su hermana Camino, una Nerea Camacho sobrenatural, representa la inocencia ultrajada. Don Luis y su séquito son el poder, la manipulación. Y Mr. Meebles, ese viejo enano con traje verde, es el que lo sabe todo sobre todas las cosas pero que sin embargo tiene un grave problema. No existe.
Javier Fesser ha logrado casi lo imposible. Cambiar radicalmente de registro tras Mortadelo y Filemón, no sólo sin morir en el intento sino saliendo bien airoso. Remover conciencias combinando el drama más puramente realista y descorazonador con la fantasía de un cuento de hadas. Provocar en el espectador la lágrima más sentida y dando qué pensar. Llevar la religión al cine con tan inusual libertad de expresión. Camino es brillante en la realización, interesante en la reflexión y soberbia en la interpretación. Por ese motivo, resulta tan desconcertante que no se encuentre rumbo a los Oscar la que sin duda es la mejor película española del año.
Comentarios