Una semana separaba este año la entrega de premios del cine español de la de los Oscar. Poco tiempo para digerir que nos distancian más de siete días con los magos del show business. A pesar de que la gala de anoche no pasará a la historia como una de las más espectaculares, sólo ha hecho falta un número del Cirque du Soleil para demostrarnos que el primer requisito para deslumbrar al espectador es el ingenio y, sobre todo, los medios.
Si en algo coincidieron ambas ceremonias es en el decorado, con un vestíbulo de los cines de antaño como puesta en escena. En el caso de los Goya, la decisión supongo que vendría por la vía reivindicativa, reclamando al público el pago de una entrada para sostener una industria, dicen, en declive. Los productores de la gala de Hollywood, en cambio, escenificaban así el cariz de unos premios que este año más que nunca han supuesto un canto a la nostalgia.
Dos de las candidatas mejor posicionadas anoche, que finalmente quedaron empatadas con cinco galardones cada una, son un homenaje a la historia del cine, a sus orígenes y a su época más dorada. La vencedora moral de la noche, The artist, con los premios gordos de mejor película, director y actor principal, era la clara favorita en esta edición. La arriesgada apuesta de Hazanavicius por recuperar el cine mudo y en blanco y negro ha logrado cautivar tanto a los que añoran los viejos tiempos como a las nuevas generaciones.
Pero la noche podría haberse decantado también por La invención de Hugo, la obra maestra en la que Scorsese desempolva los orígenes del séptimo arte envueltos bajo la apariencia de una cinta infantil. Dos lecciones de cine brillantes que se situaban a mucha distancia de las otras siete contrincantes de la noche, muchas de las cuales se fueron de vacío anoche (Tan fuerte, tan cerca, War horse, Moneyball, El árbol de la vida). Demasiado relleno para una receta que en realidad sólo contaba con dos ingredientes.
La gala no se desvió apenas del guión marcado. Tan sólo en dos ocasiones logró sorprender a los fanáticos de las quinielas previas. Por un lado, el Millennium de Fincher se alzó con el Oscar al mejor montaje en una especie de premio de consolación para una película que merecía mejor posicionamiento. Por el otro, Meryl Streep finalmente logró su tercera estatuilla dorada por La dama de hierro, algo que en los últimos días no estaba tan seguro, ya que muchas de las apuestas proclamaban injustamente vencedora a Viola Davis por su correcto papel en ‘Criadas y señoras’.
Por lo demás, la ceremonia transcurrió sin sobresaltos entre la corrección y la nostalgia. Billy Cristal fue el que mejor personificó ese espíritu trasnochado de la noche, con unas intervenciones que si bien superaban con creces el experimento fallido del año pasado con Anne Hathaway y James Franco no alcanzaron el nivel mordaz de antaño ni el de otros grandes presentadores, como Whoopi Goldberg o Ellen DeGeneres.
Ni siquiera los vestidos de la alfombra roja despertaron grandes pasiones. Angelina Jolie estuvo, como siempre, a la altura de las circunstancias; Jennifer López, como siempre, a la altura de su delantera y trasero, y los presentadores de la ABC, como siempre, con el mismo nivel de peloteo extremo. Las únicas que decidieron darle un poco de chispa a la velada fueron Gwyneth Paltrow y su capa blanca de Tom Ford, y Michelle Williams con un atípico atuendo rojo de Louis Vuitton.
Con el apartado masculino prácticamente acaparado por Clooney y Dujardin, uno se pregunta qué hubiera sido de la noche con la presencia de los olvidados Michael Fassbender, Leonardo DiCaprio y Ryan Gosling. Y qué hubiera sido de la gala con Shame o Drive entre las candidatas. Más interés, más competencia y, sin duda, más riesgo para unos Oscar que se debaten cada año entre pasado y futuro. Quizá la respuesta deberían buscarla simplemente en el presente.
Si en algo coincidieron ambas ceremonias es en el decorado, con un vestíbulo de los cines de antaño como puesta en escena. En el caso de los Goya, la decisión supongo que vendría por la vía reivindicativa, reclamando al público el pago de una entrada para sostener una industria, dicen, en declive. Los productores de la gala de Hollywood, en cambio, escenificaban así el cariz de unos premios que este año más que nunca han supuesto un canto a la nostalgia.
Dos de las candidatas mejor posicionadas anoche, que finalmente quedaron empatadas con cinco galardones cada una, son un homenaje a la historia del cine, a sus orígenes y a su época más dorada. La vencedora moral de la noche, The artist, con los premios gordos de mejor película, director y actor principal, era la clara favorita en esta edición. La arriesgada apuesta de Hazanavicius por recuperar el cine mudo y en blanco y negro ha logrado cautivar tanto a los que añoran los viejos tiempos como a las nuevas generaciones.
Pero la noche podría haberse decantado también por La invención de Hugo, la obra maestra en la que Scorsese desempolva los orígenes del séptimo arte envueltos bajo la apariencia de una cinta infantil. Dos lecciones de cine brillantes que se situaban a mucha distancia de las otras siete contrincantes de la noche, muchas de las cuales se fueron de vacío anoche (Tan fuerte, tan cerca, War horse, Moneyball, El árbol de la vida). Demasiado relleno para una receta que en realidad sólo contaba con dos ingredientes.
La gala no se desvió apenas del guión marcado. Tan sólo en dos ocasiones logró sorprender a los fanáticos de las quinielas previas. Por un lado, el Millennium de Fincher se alzó con el Oscar al mejor montaje en una especie de premio de consolación para una película que merecía mejor posicionamiento. Por el otro, Meryl Streep finalmente logró su tercera estatuilla dorada por La dama de hierro, algo que en los últimos días no estaba tan seguro, ya que muchas de las apuestas proclamaban injustamente vencedora a Viola Davis por su correcto papel en ‘Criadas y señoras’.
Por lo demás, la ceremonia transcurrió sin sobresaltos entre la corrección y la nostalgia. Billy Cristal fue el que mejor personificó ese espíritu trasnochado de la noche, con unas intervenciones que si bien superaban con creces el experimento fallido del año pasado con Anne Hathaway y James Franco no alcanzaron el nivel mordaz de antaño ni el de otros grandes presentadores, como Whoopi Goldberg o Ellen DeGeneres.
Ni siquiera los vestidos de la alfombra roja despertaron grandes pasiones. Angelina Jolie estuvo, como siempre, a la altura de las circunstancias; Jennifer López, como siempre, a la altura de su delantera y trasero, y los presentadores de la ABC, como siempre, con el mismo nivel de peloteo extremo. Las únicas que decidieron darle un poco de chispa a la velada fueron Gwyneth Paltrow y su capa blanca de Tom Ford, y Michelle Williams con un atípico atuendo rojo de Louis Vuitton.
Con el apartado masculino prácticamente acaparado por Clooney y Dujardin, uno se pregunta qué hubiera sido de la noche con la presencia de los olvidados Michael Fassbender, Leonardo DiCaprio y Ryan Gosling. Y qué hubiera sido de la gala con Shame o Drive entre las candidatas. Más interés, más competencia y, sin duda, más riesgo para unos Oscar que se debaten cada año entre pasado y futuro. Quizá la respuesta deberían buscarla simplemente en el presente.
Comentarios
Yo estoy totalmente de acuerdo con los premios de The artist y de Hugo, en una gala correcta sin más. No quedará como una de las mejores de Billy Cristal.
Saludos.
Las pelis no he visto ninguna, las vere este año.
jesn
Voy a tener que tomarme en serio la de Hugo que decías!
Torpe que es uno.