La polémica sobre la conveniencia de un remake de La bella y la bestia es antigua. Fue en el momento en que Disney anunció que reversionaría todos sus clásicos para adaptarlos a la carne y al hueso cuando debimos llevarnos las manos a la cabeza. Era el momento de las acusaciones sobre su inutilidad, el sacrilegio y la falta de ideas en Hollywood. También el de las justificaciones. Cenicienta había funcionado tan bien que lo ilógico sería no exprimir el negocio. Una vez puesta en marcha la producción en cadena, las opciones son muy claras. El espectador puede evitar la visión más mercantil de la industria cinematográfica obviando todas y cada una de estas fotocopias o bien rendirse a los pies de la nostalgia. Porque más que la búsqueda de un nuevo público, es evidente que Disney persigue reclutar a todos aquellos niños, hoy reconvertidos en millennials, que crecieron con los musicales que el gigante del ratón les tenía preparados cada año. La generación que empalmó La bella y la ...
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