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El secreto de la felicidad lo tiene Pixar

Hay sentimientos imposibles de explicar. Reacciones imprevistas, que nos descubren rincones recónditos de nuestro cerebro. Impulsos que traspasan ese perímetro de seguridad que nos mantiene cuerdos. De ahí que la idea de cinco seres entrañables y antagónicos dirigiendo nuestra mente a través de un cuadro de mandos se antoje como la mejor y más lúcida manera de explicar los complejos mecanismos que cada día dictan nuestras actuaciones.

Que nuestro destino esté en manos de los caprichos de cinco emociones tan dispares como la alegría, la tristeza, la ira, el miedo y el asco resulta reconfortante. Nos encontramos bajo los designios de sentimientos contrapuestos, que pueden escapar a nuestro control. Es todo un consuelo. Nos elude de tanta responsabilidad, de esa presión que implica actuar siempre con corrección y coherencia. Definir a nuestros semejantes a partir de los protagonistas de Inside out es además un ejercicio que le reconcilia a uno con el género humano. Todo se entiende mucho mejor si imaginamos a un muñequito maniobrando a nuestros congéneres como marionetas.

Lo que ha conseguido Pixar con esta nueva maravilla de la animación es inaudito. Ha creado todo un universo, palpable, tangible, de algo tan abstracto como la mente humana. De ahí que la introducción a esa galaxia interior que nos va narrando la más optimista de las emociones, esa Alegría siempre en busca de la felicidad a toda costa, resulte tan hipnótica y fascinante. En apenas unos minutos asumimos sin pestañeo que somos lo que somos gracias a la acumulación de sensaciones, de recuerdos, en forma de bolitas de colores. Y que en cualquier momento, cualquier circunstancia inesperada puede hacer tambalear los cimientos que conforman nuestra identidad.

En el caso de Riley, la pequeña en cuyo interior nos adentramos sin contemplación, se trata de la familia, los amigos o la diversión. Todos sus pilares comienzan a derrumbarse desde el momento en que su entorno se muda del idílico Medio Oeste americano al bullicio de San Francisco. A partir de ese momento, el control que monopolizaba Alegría cae en manos de esas otras emociones menos valoradas socialmente, pero con las que tarde o temprano deberemos aprender a convivir. Los juegos, las risas, la inocencia, dan paso a los miedos, las decepciones y la tristeza. De repente, la vida se ha vuelto más compleja.

Lejos de ofrecernos una visión disneyniana, la filial Pixar prefiere mantenerse fiel a su filosofía basada en el ingenio, el sentido del humor y la ternura. Los exponentes de esas cualidades suelen estar en los pequeños grandes detalles, como esa pareja de basureros que aspiran, con mayor o menor acierto, los recuerdos que pasarán a mejor vida o ese estudio de cine, al más puro estilo Paramount, que se encarga de construir nuestros sueños. El momento nostálgico lo encontramos también en el fundido a negro de un personaje secundario, cuando grita a las alturas “Llévala a la luna por mí”. La plasmación más amarga del adiós a la infancia y a la imaginación.

Inside out es la entrada a un apasionante parque temático donde las atracciones se inspiran en nuestros estados de ánimo. Un entorno idílico pero no utópico en el que confraternizan todos los sentimientos. Un viaje desde la infancia a la edad adulta que consiste en asimilar que la felicidad la conforman esos instantes en los que la alegría, el asco, el miedo, la ira y la tristeza logran ir de la mano.

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