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Mil maneras de inquietar

Estamos tan acostumbrados a que el cine nos indique cuándo llorar, cuándo reír y, en este caso, cuándo gritar, que no sabemos cómo reaccionar cuando una película rompe los moldes prefabricados de la industria del espectáculo. It follows quiere infundir miedo, pero no quiere hacerlo bajo los cánones habituales del género, valiéndose de las herramientas que se saben eficaces. No renuncia a los sustos, a los golpes de efecto, a los efectos de sonido, a la banda sonora. Pero los reformula, los reinterpreta, para proponer una visión actualizada del terror. Puede que para algunos no resulte tan placentera, pero al menos asume un riesgo que merece la pena explorar. 

Pocas propuestas a priori más disciplinadas logran el estado de inquietud que desprende esta cinta del prácticamente debutante David Robert Mitchell (El mito de la adolescencia). Su mérito no recae tanto en un planteamiento ingenioso, en un punto de partida intrigante (que también) sino en una puesta en escena meticulosamente estudiada, perfectamente planificada, para crear una atmósfera de tensión y de angustia muy difícil de alcanzar. Una apuesta por la cotidianidad, por un pánico casi costumbrista, que seguro costará asimilar. 

Porque esta reinvención de la estética ochentera puede provocar rechazo en parte de la platea, a la que es probable que se le pongan los pelos como escarpias, no por lo terrorífico de las situaciones, sino por esos planos contemplativos, por esos travellings insistentes, esos zooms demodés. No se han enterado. Que los 80 han resucitado en el cine, hace años que lo estamos viviendo, desde la maravillosa Drive a la más reciente The guest. Mitchell lo que ha hecho es encajarlos en el subgénero del terror psicológico, ese que sugiere más que muestra, de manera que todos esos planos, todos esos travellings y zooms imposibles forman parte de una orquesta que dirige con maestría la banda sonora. 

Más que las interpretaciones, más que la puesta en escena, más incluso que las ocurrentes secuencias con las que nos deleita esta película, luce la impecable banda sonora, que cumple a la perfección con su función. Música ochentera pero alternativa, minimalista, a cargo de Rich Vreeland que tanto podría servir para una sesión del Sónar de Barcelona como para sumergirnos en esta pesadilla agorafóbica, en la que el mal tiene mil caras y viene de todas partes. Una amenaza constante que convierte la vida de sus víctimas en todo un infierno, enfrentadas a lo desconocido desde una impotente soledad.

It follows contiene más escenas memorables que muchas de las cintas recientes del género. Ya el primer planteamiento de esta particular maldición sexual, que hará las delicias de los más puritanos, se expone en una tensa huida sobre silla de ruedas. Otra escena en un lago, cuando los efectos especiales hacen acto de presencia, es otro ejemplo de adrenalina perfectamente dosificada. Pero es en los minutos finales, en el interior de una piscina, cuando la película alcanza cotas de obra maestra, en un claro homenaje al brillante desenlace de Déjame entrar. Otra atípica cinta de terror que revitalizó el subgénero vampírico. La muestra de que en esto de asustar no está todo inventado. 

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