Shyamalan merece un premio por su talento innato a la hora de ingeniar buenos argumentos. De su imaginación han brotado tramas que son capaces de absorber al más escéptico de los espectadores, empezando con aquellas señales alienígenas en plena vegetación y terminando con las intrigantes muertes en forma de suicidio masivo que plantea en El incidente. Sin embargo, el galardón debería serle retirado inmediatamente por su insistente capacidad en desmerecer tan inteligentes planteamientos. No sabemos cómo, el director de origen indio se empecina en destrozar todas y cada una de sus historias con desarrollos fáciles y mal planteados.
El incidente es quizá el ejemplo que mejor define la tendencia filmográfica de Shyamalan. Aúna el discurso fácil y demagógico que plasmó sin ningún tipo de rubor en Señales, los efectivos recursos de terror de El bosque y la atmósfera inquietante de El protegido. Le falta, eso sí, ese final sorprendente de El sexto sentido que tan buenos réditos le proporcionó en su momento. Es más, parece que ahora ha tomado el camino inverso y ha decidido adelantar el desenlace a la mitad del metraje. Y sus películas, sin esa efectiva sorpresa final, se descubren como buenas intenciones mal desarrolladas.
Que de repente, en una ciudad como Nueva York comiencen a caer cuerpos como gotas de lluvia y a pegarse la gente tiros a bocajarro sin ningún motivo aparente es un planteamiento del que resulta difícil escapar. La angustia de la situación daría para más de la mitad de una película si se explotaran de manera conveniente los sucesos, si se creara un clímax de misterio y terror con el que mantener bien atrapado al público. Sin embargo, Shyamalan opta por acotar la intriga a los minutos iniciales, cortando de raíz la incertidumbre y desvelando el origen del caos a mitad de la cinta.
Eso para todos aquellos que no leyeron antes en los medios de comunicación, y en boca del propio director, que la causa no era otra que la mismísima naturaleza. Amenazados por la brutal agresión del hombre, los árboles y las plantas desarrollaron una sustancia tóxica capaz de bloquear la parte del cerebro humano que impide que nos autolesionemos.
El mensaje ecologista aparece en El incidente de la misma forma que lo hizo en Señales la apología de la religión, es decir, explícita y demagógicamente. Si en aquella parecía que la fe en Dios era la única manera de obtener la salvación, en esta se decide explotar el mensaje verde de tal forma que hasta El día de mañana parece mucho más sutil. ¿Hacía falta que apareciera de fondo una central nuclear o un primer plano de un anuncio inmobiliario para captar el mensaje? Desde luego, la película hubiera sido mucho más efectiva removiendo conciencias si el motivo de tan extraña epidemia, esa venganza de color verde, no se hubiese planteado desde un prisma tan simple y evidente.
Si todo ello se supliera con el ingenio de una buena puesta en escena y la elaborada fotografía con las que suele revestir Shyamalan sus guiones, bastaría para considerar El incidente como un buen filme. En cambio, los homenajes a la serie B ya no sirven como excusa de quienes buscan consagrarlo como director de culto. Las escenas explícitas rozan por momentos el ridículo y algunas, como la que protagoniza una madre con el teléfono móvil, incluso lo sobrepasan, por no mencionar el bajísimo nivel de las interpretaciones.
Puede que la falta de presupuesto tras el fiasco de La joven del agua haya tenido algo que ver, pero sólo Shyamalan sabrá por qué con cada nueva película que estrena logra desacreditarse un poquito más. Sólo queda recomendarle que sus geniales ideas las venda a quien sepa exprimirles todo su jugo. Hollywood, crítica y público se lo agradecerán.
El incidente es quizá el ejemplo que mejor define la tendencia filmográfica de Shyamalan. Aúna el discurso fácil y demagógico que plasmó sin ningún tipo de rubor en Señales, los efectivos recursos de terror de El bosque y la atmósfera inquietante de El protegido. Le falta, eso sí, ese final sorprendente de El sexto sentido que tan buenos réditos le proporcionó en su momento. Es más, parece que ahora ha tomado el camino inverso y ha decidido adelantar el desenlace a la mitad del metraje. Y sus películas, sin esa efectiva sorpresa final, se descubren como buenas intenciones mal desarrolladas.
Que de repente, en una ciudad como Nueva York comiencen a caer cuerpos como gotas de lluvia y a pegarse la gente tiros a bocajarro sin ningún motivo aparente es un planteamiento del que resulta difícil escapar. La angustia de la situación daría para más de la mitad de una película si se explotaran de manera conveniente los sucesos, si se creara un clímax de misterio y terror con el que mantener bien atrapado al público. Sin embargo, Shyamalan opta por acotar la intriga a los minutos iniciales, cortando de raíz la incertidumbre y desvelando el origen del caos a mitad de la cinta.
Eso para todos aquellos que no leyeron antes en los medios de comunicación, y en boca del propio director, que la causa no era otra que la mismísima naturaleza. Amenazados por la brutal agresión del hombre, los árboles y las plantas desarrollaron una sustancia tóxica capaz de bloquear la parte del cerebro humano que impide que nos autolesionemos.
El mensaje ecologista aparece en El incidente de la misma forma que lo hizo en Señales la apología de la religión, es decir, explícita y demagógicamente. Si en aquella parecía que la fe en Dios era la única manera de obtener la salvación, en esta se decide explotar el mensaje verde de tal forma que hasta El día de mañana parece mucho más sutil. ¿Hacía falta que apareciera de fondo una central nuclear o un primer plano de un anuncio inmobiliario para captar el mensaje? Desde luego, la película hubiera sido mucho más efectiva removiendo conciencias si el motivo de tan extraña epidemia, esa venganza de color verde, no se hubiese planteado desde un prisma tan simple y evidente.
Si todo ello se supliera con el ingenio de una buena puesta en escena y la elaborada fotografía con las que suele revestir Shyamalan sus guiones, bastaría para considerar El incidente como un buen filme. En cambio, los homenajes a la serie B ya no sirven como excusa de quienes buscan consagrarlo como director de culto. Las escenas explícitas rozan por momentos el ridículo y algunas, como la que protagoniza una madre con el teléfono móvil, incluso lo sobrepasan, por no mencionar el bajísimo nivel de las interpretaciones.
Puede que la falta de presupuesto tras el fiasco de La joven del agua haya tenido algo que ver, pero sólo Shyamalan sabrá por qué con cada nueva película que estrena logra desacreditarse un poquito más. Sólo queda recomendarle que sus geniales ideas las venda a quien sepa exprimirles todo su jugo. Hollywood, crítica y público se lo agradecerán.
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