Lo desconocía totalmente. Si aquí los gatos tienen siete vidas (tal como nos aseguraba Antonio Flores en una de sus canciones o la cabecera de una de las mejores series españolas), resulta que en el mundo anglosajón los mininos tienen nada más y nada menos que nueve. 9 vidas. En todo caso, ya sean siete, nueve o mil, la esencia de la frase es bien clara. El instinto de supervivencia de todo animal, ese que ayuda a levantarse tras volverse a caer, es la idea que esconde la metáfora. Es precisamente de lo que están hechas las mujeres, o la mayoría de ellas. De esa fuerza inusitada que las empuja a tirar adelante a pesar de los baches, por profundos que éstos sean.
Las 9 vidas de Rodrigo García (más conocido como el hijo de Gabriel García Márquez) son la plasmación visual de la metáfora. Nueve mujeres enfrentadas a sendas preocupaciones, de mayor o menor magnitud, sobreviven a los años sin perder del todo la cordura pero a su vez sin permitir que entren en el olvido. En un momento en el que abundan producciones muy variopintas bajo el pseudónimo de femeninas o feministas (me vienen a la mente Mujeres Desesperadas o el Volver de Pedro Almodóvar), estos nueve relatos, unidos, son uno de los homenajes más realistas que sobre la mujer se han podido elaborar. Que sea un hombre el artífice no hace sino que añadirle réditos al asunto.
Ninguna de las historias tiene un principio y un final narrativos. Son escenas clave en la vida de estas mujeres de las que desconocemos buena parte del pasado y, sobre todo, sus futuros desenlaces. Todo se sugiere mediante el diálogo, dejando que cada mente de cada espectador imagine hasta donde quiera imaginar. Pero sólo con esos 10 minutos de la vida de una persona, diez minutos vitales, uno es capaz de ponerse en su piel, de experimentar sus inquietudes y sus preocupaciones, de sentir su angustia y su dolor.
Sería desmesurado desmenuzar cada una de las nueve historias, aunque ninguna de ellas tiene desperdicio. Cada cuál se quedará con aquellas con las que se sienta más identificado o las que le hayan suscitado un mayor impacto. En mi caso son tres.
La más angustiosa, quizá, sea la que vive Robin Wright Penn un día cualquiera en el supermercado. Con un niño en el vientre y el carrito de la compra en las manos se topa con un amor pasado. Cuando ambos ya han rehecho sus vidas y parece que ya está todo olvidado, resurgen entre los pasillos de alimentación los sentimientos no superados. Y también las dudas, los miedos y, al final, las decisiones desafortunadas que ya no tienen vuelta atrás. Terrible la sensación de impotencia que desprende esta historia por dejar que se esfume una única oportunidad de recuperar aquello que más quieres.
No es menos terrible la prisión en la que se ha convertido la relación de Holly Hunter con un marido que no duda en humillarla ante cualquiera. “A veces eres un cabrón conmigo” le suelta al susodicho cuando ignora su claustrofobia a los ascensores y la obliga a subir, consciente ella de que su historia con él está tan llena de pequeñas cabronadas que, a pesar de su situación acomodada, jamás será feliz a su lado. Un buen ejemplo de cuando el amor se confunde con el servilismo y deviene en absoluta ceguera.
La última historia, la que protagonizan Glenn Close y la jovencísima actriz con mayúsculas Dakota Fanning, es de una tristeza absoluta, reflejando la relación que las mujeres establecen con la muerte, incluso con la más injusta e inesperada. Es la que provoca el momento de más ternura y el de mayor sorpresa de toda la película, dejando como desenlace la mejor guinda de tan fantástica tarta.
Las actrices, todas, sin excepción, demuestran su talento enfrentándose a unos durísimos planos secuencia en los que no caben las comodidades del contraplano ni las complacencias de las tomas fugaces. Pero la toma única es también todo un reto para el rodaje que, de superarse, atorga al filme toda la intensidad necesaria para historias tan dramáticas como las que padecen estas nueve mujeres. Rodrigo García lo consigue con creces.
Las 9 vidas de Rodrigo García (más conocido como el hijo de Gabriel García Márquez) son la plasmación visual de la metáfora. Nueve mujeres enfrentadas a sendas preocupaciones, de mayor o menor magnitud, sobreviven a los años sin perder del todo la cordura pero a su vez sin permitir que entren en el olvido. En un momento en el que abundan producciones muy variopintas bajo el pseudónimo de femeninas o feministas (me vienen a la mente Mujeres Desesperadas o el Volver de Pedro Almodóvar), estos nueve relatos, unidos, son uno de los homenajes más realistas que sobre la mujer se han podido elaborar. Que sea un hombre el artífice no hace sino que añadirle réditos al asunto.
Ninguna de las historias tiene un principio y un final narrativos. Son escenas clave en la vida de estas mujeres de las que desconocemos buena parte del pasado y, sobre todo, sus futuros desenlaces. Todo se sugiere mediante el diálogo, dejando que cada mente de cada espectador imagine hasta donde quiera imaginar. Pero sólo con esos 10 minutos de la vida de una persona, diez minutos vitales, uno es capaz de ponerse en su piel, de experimentar sus inquietudes y sus preocupaciones, de sentir su angustia y su dolor.
Sería desmesurado desmenuzar cada una de las nueve historias, aunque ninguna de ellas tiene desperdicio. Cada cuál se quedará con aquellas con las que se sienta más identificado o las que le hayan suscitado un mayor impacto. En mi caso son tres.
La más angustiosa, quizá, sea la que vive Robin Wright Penn un día cualquiera en el supermercado. Con un niño en el vientre y el carrito de la compra en las manos se topa con un amor pasado. Cuando ambos ya han rehecho sus vidas y parece que ya está todo olvidado, resurgen entre los pasillos de alimentación los sentimientos no superados. Y también las dudas, los miedos y, al final, las decisiones desafortunadas que ya no tienen vuelta atrás. Terrible la sensación de impotencia que desprende esta historia por dejar que se esfume una única oportunidad de recuperar aquello que más quieres.
No es menos terrible la prisión en la que se ha convertido la relación de Holly Hunter con un marido que no duda en humillarla ante cualquiera. “A veces eres un cabrón conmigo” le suelta al susodicho cuando ignora su claustrofobia a los ascensores y la obliga a subir, consciente ella de que su historia con él está tan llena de pequeñas cabronadas que, a pesar de su situación acomodada, jamás será feliz a su lado. Un buen ejemplo de cuando el amor se confunde con el servilismo y deviene en absoluta ceguera.
La última historia, la que protagonizan Glenn Close y la jovencísima actriz con mayúsculas Dakota Fanning, es de una tristeza absoluta, reflejando la relación que las mujeres establecen con la muerte, incluso con la más injusta e inesperada. Es la que provoca el momento de más ternura y el de mayor sorpresa de toda la película, dejando como desenlace la mejor guinda de tan fantástica tarta.
Las actrices, todas, sin excepción, demuestran su talento enfrentándose a unos durísimos planos secuencia en los que no caben las comodidades del contraplano ni las complacencias de las tomas fugaces. Pero la toma única es también todo un reto para el rodaje que, de superarse, atorga al filme toda la intensidad necesaria para historias tan dramáticas como las que padecen estas nueve mujeres. Rodrigo García lo consigue con creces.
Comentarios
De verdad,que si ese comentario ha sido tuyo,o sea de tu cosecha, eso te hace ser lo que eres,de tener un gran sentimiento,que ya sabes mi opinión.
Y el relato de esas tres historias,así relatadas,que enternecedoras,de verdad.
Creo que es el primer dia que leo este blog que me ha recorrido por el cuerpo como una especie de escalofrio y a la vez calor.Quizá también sea que me has pillado en un momento muy bajo anímicamente.
Lo entiendes verdad.