Los humanos solemos etiquetar al resto de mortales con suma facilidad. Forma parte de nuestra razón de ser, ya que clasificando a las personas que nos rodean es más sencillo para nosotros adoptar una actitud u otra hacia ellas. Es un proceso simple pero inmutable. Todos quedamos tatuados casi de por vida con una marca que difícilmente podremos borrar y con la que pocas veces nos sentiremos identificados. Etiquetas hay de muchas clases, pero una posible división la podemos establecer entre aquellas que son amables y otras que, por el contrario, tienen un marcado cariz despreciativo. Unas se reciben como una bendición y las otras, lógicamente, constituyen una auténtica lacra para el que las sufre. Iñaki Gabilondo encarna esta segunda opción. No importa su dilatada carrera periodística, su perfecto dominio del lenguaje, la capacidad de análisis ni su portentoso timbre de voz. Para muchos, Gabilondo es simple y llanamente sociata . Y claro, dicha etiqueta puede que le cuelgue durante largo...
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