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LICORICE PIZZA | La edad de la inocencia


Construir un lugar común, un microuniverso que solo dos personas pueden entender, es tan complicado de conseguir como de explicar. Es lo que les ocurre a los protagonistas de esta atípica historia de amor. Un adolescente con labia suficiente como para levantar un imperio de camas de agua y para conquistar a una veinteañera judía de lo más escéptica y mordaz. No pegan ni con cola, algo de lo que ambos son plenamente conscientes, pero siempre terminan volviendo a ese oasis indescriptible que solo ellos han sabido crear y comprender.

Si algo consigue Licorice Pizza es que entendamos perfectamente el sentimiento de sus dos protagonistas, el de sentirse culpables, ridículos, patéticos pero con la necesidad irrefrenable de regresar a los brazos de quien inexplicablemente nos seduce y nos entiende. Porque nada importan los demás, solo esa impagable sensación de estar en terreno seguro. Paul Thomas Anderson consigue transmitirlo con un tono mágico entre la comedia y el drama, recurriendo a anécdotas que probablemente se convertirán en icónicas como la que tiene lugar en un camión de mudanzas con Bradley Cooper como desternillante estrella invitada.

Que Thomas Anderson es pura perfección en todo lo que hace lo demuestra toda su filmografía, intachable en todo género que toca. Sabíamos que tampoco defraudaría en esta incursión supuestamente ligera. Pero es que lo que realmente hace inolvidable esta película son sus dos actores principales. Desde la primera secuencia en una sesión de fotos en el instituto ya somos conscientes de que reúnen un carisma fuera de lo común. Y si el hijo de Philip Seymour Hoffman está brillante, la otra debutante, Alana Haim, está soberbia. Resulta inexplicable que los académicos de Hollywood los hayan ignorado en las nominaciones a los Oscar, teniendo en cuenta que son el ingrediente indispensable para que la película sepa a gloria.

Los desplantes, las heridas, las reacciones infantiles de revancha conviven con las miradas de complicidad, con el apego y con los impulsos amorosos. La esencia de toda relación sentimental está reflejada en los gestos y en las acciones de Gary y Alana, enmarcados en la inocencia de sus años mozos y de una época, los 70, mucho más ingenua que la actual. Quizá por eso Licorice pizza ha obtenido un recibimiento tan unánime, porque apela a los sentimientos más básicos sin una mayor pretensión que la de emocionar. La última secuencia de la película, con los dos protagonistas contrapuestos y corriendo, es el mejor ejemplo de lo fácil, y a la vez complicado, que puede ser llegar a conmover.

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