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FIRST MAN | El viaje a la Luna que no gustará a Trump

Lejos de la grandilocuencia, de la épica con la que Hollywood suele revestir los grandes hitos de la historia estadounidense, Chazelle ha decidido abordar la conquista de la Luna desde el intimismo de su protagonista. Faltaban imágenes de tan importante avance en la carrera espacial frente a la Unión Soviética. Aunque fuera desde la ficción, había que construir un relato que callara las bocas de los más escépticos. Sin embargo, el director de La la land decidió optar por un tono menos heroico, por un punto de vista más personal, y por el que le han llovido no pocas críticas desde la patriótica América de Donald Trump.

Sin los vicios y sin el tono al que nos tiene acostumbrados el blockbuster, resulta cuanto menos sorprendente el planteamiento de Chazelle. Acostumbrados a la espectacularidad de los efectos especiales, incluso choca que en determinados momentos se nos prive de un gran plano general, de una puesta en escena que justifique tamaño desembolso. Y, sin embargo, la apuesta resulta mucho más inmersiva, mucho más claustrofóbica, que tantas otras propuestas ambientadas en el espacio. Desde el interior de la nave, desde la oscuridad que solo ilumina el cuadro de mandos y la luz que llega desde el espacio exterior a través de una minúscula ventanilla, la experiencia termina siendo más imprevisible, más aterradora y real.
La elección de Ryan Gosling para encarnar a Neil Armstrong no podía ser más acertada. El tan cuestionado actor encaja como un guante en la personalidad de un astronauta torturado para el que solo existe una única meta. Para los que constantemente dudan de sus dotes de expresión, por si no tuvieron suficiente con su papel de Sebastian, el intérprete les regala una escena de desgarro que seguramente no amortiguará las críticas pero que al menos logra ampliar un pelín más su registro. 

Más que una película de interpretaciones, First man es una obra de emociones, probablemente la menos redonda en la breve carrera de Chazelle pero no por ello la menos interesante. El director no se contenta con recrear la hazaña científica sino que también se atreve a cuestionarla. Lo hace de forma bastante explícita, repasando minuciosamente los apresurados pasos para adelantar al enemigo pero también incluyendo una canción reivindicativa que visibiliza la oposición social a la carrera espacial. El ciudadano negro que denuncia cómo le han subido el alquiler mientras el blanco quiere subir a la luna es una de las escenas más valientes de la película.
Valiéndose de nuevo de la poderosa y adictiva banda sonora de Justin Hurwitz, Chazelle vuelve a regalarnos secuencias memorables, como la que rinde homenaje a 2001: Una odisea del espacio, envolviendo el ensamblaje de una de las naves a ritmo de vals, o la que justifica toda la actitud del protagonista y que no se revela hasta prácticamente finalizado el metraje. Puede que al filme le estorbe algún que otro episodio de la carrera hacia la Luna, pero no hay ni un solo minuto de su duración en el que Chazelle no haya puesto todo su empeño para fascinarnos. Y eso, en una temática tan explotada y con tanta tendencia al ensalzamiento, es muy de agradecer.

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