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CALL ME BY YOUR NAME | Cuando la homosexualidad es lo de menos

Hoy sería imposible de reproducir. Una historia de amor a fuego lento, con el pálpito y la inocencia de la novedad desconocida, con el hartazgo y la reflexión de las horas muertas. Un entorno utópico, de ensueño, donde el tiempo pasa sin distracciones ni interrupciones, en el que la palabra recobra su poder, las relaciones se gestan de forma paciente y ni un solo gesto pasa desapercibido. Hay que remontarse a un lugar del norte de Italia en 1983 para redescubrir aquellos tiempos en los que nada, ni mucho menos el amor, se zanjaba con la inmediatez de un pulgar.

En ese contexto bucólico de la Toscana, en el que la belleza natural se entremezcla con la música, el arte y la oratoria, se desarrolla una relación llamada a convertirse en una de las más emocionantes de la historia del cine. Una atracción imprevista, que se va degustando piano piano, entre jugosos zumos de albaricoque y paseos en bici, entre el letargo de los calurosos días de verano y la presión del calendario. El amor de verano entre Elio, un chico de 17 años de familia intelectual, y Oliver, el estudiante americano que aterriza en sus vidas para ayudar al padre, es de una franqueza tan escasa que difícilmente dejará tibio a ningún espectador.
Difícil no enamorarse de un personaje como el que encarna Armie Hammer. A un físico imponente, provisto de todo el erotismo que un adolescente con hormonas desbocadas podría desear, se le suma una personalidad arrolladora, capaz de conquistar hasta el habitante más hostil de un minúsculo pueblo italiano. Un soplo de aire fresco, alegre, perspicaz, inteligente, que invade de repente el apacible hogar del joven introvertido y receloso. Una polaridad llamada a atraerse pero que ni siquiera lo hace a la manera habitual.

El acercamiento entre Elio y Oliver se madura lentamente, a base de miradas, de roces, de pequeños detalles. Y cuando la explosión llega, lo hace sin necesidad de explicitud, con la complicidad que sólo permiten las relaciones más profundas y honestas. La contención da paso al desahogo, a la pasión irreprimible, a las palabras bellas. Tan hermosas que no queda otro remedio que emplearlas para dar título a un relato fabuloso, narrado con clásica exquisitez, de la contemplación al sentimiento más emotivo.
Porque si las secuencias de clausura son un torbellino emocional, en las que se mezclan la alegría y la nostalgia, capaces de sobrecoger al más insensible de los mortales, James Ivory y Luca Guadagnino nos reservan una escena final ante la que sólo cabe rendirse. De Timothée Chalamet y Armie Hammer ya habíamos descubierto lo suficiente como para enamorarnos de sus personajes pero no es hasta ese momento que Michael Stuhlbarg se desprende del segundo plano para regalarnos una conversación memorable, la de un padre que decide desnudarse por completo ante su hijo, sin prejuicios, sin la coraza sobreprotectora del progenitor, con la valentía y la confianza que sólo permite la buena educación.

El gran mérito de Call me by your name está en poder contar una historia de amor entre dos hombres sin convencionalismos. Quizá ésta sea la primera vez en la que una película con relación gay presente un guion desprovisto de conflicto. Sin armarios, sin enfermedad, sin rechazo. Sólo el amor en su faceta más amplia y generosa. Puede que el contexto sea demasiado ideal, de bien seguro irreal, pero si por algo trascienden Elio y Oliver es por encarnar un idilio sin necesidad de transgredir ni denunciar, con absoluta naturalidad. Convertir en anécdota la homosexualidad de sus protagonistas quizá sea el paso más definitivo hacia la normalización.

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