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VERÓNICA | La fórmula infalible del miedo y la nostalgia

Ouijas, monjas y espíritus que atraviesan paredes. Podría tratarse de una nueva entrega de Expediente Warren o un sucedáneo más de los que exprime Hollywood hasta la saciedad. Sin embargo, esta vez el sello español sirve para algo más que para demostrar el progreso de nuestra industria y, como sucediera con [REC] en su primera entrega, el hecho diferencial sirve para enriquecer un relato mil veces contado.
 
Después del varapalo de la tercera entrega de [REC], Paco Plaza ha aprendido la lección y ha asumido que el costumbrismo fue el único aliciente de aquella fatídica experiencia nupcial. En Verónica ha sabido combinar una historia basada en hechos reales con la nostalgia y el realismo de un barrio humilde madrileño a principios de los años 90. Ese contexto, típicamente español, imaginario colectivo de varias generaciones, es el valor añadido de una producción que de otra forma podría haberse convertido en una cinta de terror más.

Si bien es cierto que jugar a la nostalgia se está convirtiendo en más norma que excepción (ahí están Stranger things o Estiu 1993 como dos ejemplos exitosos y radicalmente opuestos), en esta ocasión la fórmula vuelve a resultar airosa, quizá porque la identificación del espectador se adereza con una buena historia de fondo. A la banda sonora de Héroes del silencio, a los juegos noventeros tipo Simon, al rescate de los coleccionables y a los anuncios de Centella se le une una inquietante trama de maldición y posesiones demoniacas. Qué pócima tan infalible pero qué difícil también de encarrilar.

La experiencia es un grado y no hay duda de que la saga [REC] le ha servido a Plaza como un indispensable máster en cine de terror. El dominio de los tiempos, la dosificación cuasi perfecta de los sobresaltos, es uno de los méritos de una película que no se deja arrastrar por los fuegos artificiales ni se despeña en su tramo final. En ese sentido, Verónica supone una satisfactoria experiencia como título de terror.

Sin embargo, en su trasfondo social, incluso en su crítica soterrada, se encuentran las secuencias más interesantes de la película, protagonizadas por una Sandra Escacena que lleva el peso de la cinta y también el de una familia que le ha tocado encabezar. Más que de las apariciones, gritos y portazos, es probable que jamás olvidemos a esa familia, auténticamente desestructurada, cuya primogénita reclama el derecho a vivir su juventud. Nuevamente, la verosimilitud del relato recae en un reparto, que desde Ana Torrent hasta el más pequeño de la casa, reafirman el papel imprescindible de los secundarios en todo guión. También, aunque a muchos se les olvide, en el género del terror.

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