Fernando Trueba dedica la película a dos recientes pérdidas, la de su hermano Máximo, escultor, y la de un buen amigo y técnico de sonido. El artista y la modelo parece sin duda creada para rendirles homenaje, al primero poniendo a un maestro labrador como protagonista y, al segundo, renunciando por completo a la banda sonora en favor del sonido ambiente. La cinta es pura belleza, puro arte, pura delicadeza, pero también, aunque cueste reconocerlo, un puro sopor. Últimamente parece que para rendir tributos al pasado o para demostrar una mayor sensibilidad haya que renunciar a los avances cinematográficos. Se da por hecho que el blanco y negro favorece la recreación histórica y le imprime a la película una estética más intelectual. Se prescinden de los elementos artificiosos, como el sonido o la banda sonora, para rescatar experiencias fílmicas olvidadas. Pero a menudo lo que más se persigue es el aplauso de la crítica, más que el beneplácito del espectador. Es probable...
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