El éxito más arrollador de los últimos años en el mundo editorial ha dado su salto al cine desde su país de origen. Es extraño que un fenómeno de una magnitud tan estratosférica como la saga Millennium del fallecido Stieg Larsson no haya caído directamente en las garras de Hollywood para su adaptación cinematográfica. Extraño pero interesante a la vez. El próximo 29 de mayo aterriza en nuestro país Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera de las tres entregas, y lo hace avalado por la excelente acogida que ha tenido entre los suecos, deseosos por ver en carne y hueso a Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander.
Sin embargo, de nuevo puede que la recaudación en taquilla no vaya reñida con la calidad del filme, algo que ya ocurre con la novela original. Los hombres que no amaban a las mujeres es un relato absorbente y entretenido (debe serlo cuando millones de personas hemos devorado sus más de 600 páginas sin apenas pestañear) pero totalmente asimétrico en el ritmo e inverosímil en su resolución. Lo que comienza siendo un relato con una intriga de lo más inquietante termina aceleradamente en una serie de bochornosos descubrimientos. Larsson casi nos traslada de la novela negra a la pura ciencia ficción.
La gran baza del libro la encontramos sin duda en la construcción de los personajes principales, los mencionados Blomkvist y Salander. Él es un periodista económico en plena crisis de imagen tras ser condenado a prisión por ultrajar el honor de un importante empresario. Ella es una peculiar investigadora privada, repleta de piercings y tatuajes, bastante asocial, pero con unos métodos infalibles a la hora de resolver casos. Las tramas de Blomkvist con sus pesquisas periodísticas y la de Salander y sus problemas con la ley, junto a la que un buen día une sus caminos, son las que despiertan mayor interés en la novela.
La intriga principal, en cambio, arranca prometedora, con un planteamiento original y perturbador, digno de trasladar a la gran pantalla, pero se termina resolviendo sin cubrir las grandes expectativas. Henrik, miembro de la poderosa familia Vanger, lleva 36 años con una única obsesión: encontrar el cuerpo de su sobrina Harriet, desaparecida cuando era sólo una adolescente. Cada año sigue recibiendo de forma anónima por su cumpleaños, tal como solía hacer la chica, una flor seca y enmarcada. Sin embargo, no existe pista ni indicio alguno que haya llevado a encontrar el paradero de la joven.
La introducción del caso, los entresijos del clan Vanger y, sobre todo, la descripción del lugar donde se desarrollan los acontecimientos, una remota isla del norte de Suecia, con temperaturas inferiores a los 20 grados bajo cero, son los que mantienen viva la primera parte del libro. La atmósfera sórdida, tanto del paisaje como de los personajes que lo pueblan, introducen al lector en una historia de la que resulta imposible escapar. Cuando llegan las primeras pistas y da comienzo la segunda mitad de la novela es cuando el ritmo se vuelve vertiginoso y el entusiasmo inicial va derivando hacia la pura decepción. Las respuestas no sorprenden ni convencen, sobre todo si a uno le da por rascar un poco en los argumentos.
Puede que esta inverosimilitud, en cambio, juegue a favor del filme. Los hombres que no amaban a las mujeres, condensada en 145 minutos, quizá consiga un equilibrio en el ritmo que el libro no ha sabido encontrar. Aunque lo tendrá difícil en la extensa presentación de los personajes, la película puede jugar con ventaja a la hora de poner en imágenes el desenlace de la trama principal, más propio de un guión cinematográfico que de una novela negra coherente, con el riesgo, eso sí, de rozar el ridículo según cómo se decida ejecutar. Queda muy poco para averiguarlo.
Sin embargo, de nuevo puede que la recaudación en taquilla no vaya reñida con la calidad del filme, algo que ya ocurre con la novela original. Los hombres que no amaban a las mujeres es un relato absorbente y entretenido (debe serlo cuando millones de personas hemos devorado sus más de 600 páginas sin apenas pestañear) pero totalmente asimétrico en el ritmo e inverosímil en su resolución. Lo que comienza siendo un relato con una intriga de lo más inquietante termina aceleradamente en una serie de bochornosos descubrimientos. Larsson casi nos traslada de la novela negra a la pura ciencia ficción.
La gran baza del libro la encontramos sin duda en la construcción de los personajes principales, los mencionados Blomkvist y Salander. Él es un periodista económico en plena crisis de imagen tras ser condenado a prisión por ultrajar el honor de un importante empresario. Ella es una peculiar investigadora privada, repleta de piercings y tatuajes, bastante asocial, pero con unos métodos infalibles a la hora de resolver casos. Las tramas de Blomkvist con sus pesquisas periodísticas y la de Salander y sus problemas con la ley, junto a la que un buen día une sus caminos, son las que despiertan mayor interés en la novela.
La intriga principal, en cambio, arranca prometedora, con un planteamiento original y perturbador, digno de trasladar a la gran pantalla, pero se termina resolviendo sin cubrir las grandes expectativas. Henrik, miembro de la poderosa familia Vanger, lleva 36 años con una única obsesión: encontrar el cuerpo de su sobrina Harriet, desaparecida cuando era sólo una adolescente. Cada año sigue recibiendo de forma anónima por su cumpleaños, tal como solía hacer la chica, una flor seca y enmarcada. Sin embargo, no existe pista ni indicio alguno que haya llevado a encontrar el paradero de la joven.
La introducción del caso, los entresijos del clan Vanger y, sobre todo, la descripción del lugar donde se desarrollan los acontecimientos, una remota isla del norte de Suecia, con temperaturas inferiores a los 20 grados bajo cero, son los que mantienen viva la primera parte del libro. La atmósfera sórdida, tanto del paisaje como de los personajes que lo pueblan, introducen al lector en una historia de la que resulta imposible escapar. Cuando llegan las primeras pistas y da comienzo la segunda mitad de la novela es cuando el ritmo se vuelve vertiginoso y el entusiasmo inicial va derivando hacia la pura decepción. Las respuestas no sorprenden ni convencen, sobre todo si a uno le da por rascar un poco en los argumentos.
Puede que esta inverosimilitud, en cambio, juegue a favor del filme. Los hombres que no amaban a las mujeres, condensada en 145 minutos, quizá consiga un equilibrio en el ritmo que el libro no ha sabido encontrar. Aunque lo tendrá difícil en la extensa presentación de los personajes, la película puede jugar con ventaja a la hora de poner en imágenes el desenlace de la trama principal, más propio de un guión cinematográfico que de una novela negra coherente, con el riesgo, eso sí, de rozar el ridículo según cómo se decida ejecutar. Queda muy poco para averiguarlo.
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