Imaginemos por un momento que José María Aznar hubiese dimitido de su cargo de presidente del gobierno por haber mentido a los españoles después del atentado terrorista del 11-M. Imaginemos que, entre la avalancha de peticiones de entrevistas, entre las cuáles se encontraría la de profesionales contrastados como Iñaki Gabilondo o José Luis del Olmo, el ex mandatario le concediera a Andreu Buenafuente el privilegio de moderar su primera aparición pública tras el escándalo. La sorpresa sería mayúscula en el sector de la comunicación y, desde luego, dado el historial masajista del showman, las esperanzas de un duelo trepidante y redentor serían mínimas.
Sólo extrapolando a nuestra realidad política las entrevistas de David Frost a Richard Nixon podemos hacernos una idea de la magnitud del acontecimiento. Puede parecer un hecho histórico demasiado local, únicamente comprensible e interesante para los estadounidenses, pero todo lo que rodea al caso Watergate, incluido el epílogo que relata la película de Ron Howard, resulta un material de lo más absorbente.
Frost contra Nixon constituye un digno punto y seguido de Todos los hombres del presidente. Si en la película de Alan Pakula se radiografiaba al milímetro la investigación que Bernstein y Woodward llevaron a cabo para desentrañar todos los entresijos del caso, en esta ocasión Howard ha decidido resaltar otra hazaña periodística relacionada con el Watergate bastante menos conocida, la que protagonizó David Frost con Richard Nixon.
El primero era un presentador de variedades inglés sin ningún tipo de credibilidad en el sector más sesudo del gremio periodístico. El segundo saltó de la Casa Blanca a La Casa Pacífica, un envidiable retiro en California, con un indulto presidencial y sin ningún tipo de represalias judiciales. En el momento en que Frost manifestó su deseo de entrevistar al presidente caído, sus colegas se apresuraron a mirar por encima del hombro. Mientras, los asesores de Nixon se frotaban las manos ante semejante oportunidad de limpieza de imagen.
Peter Morgan, responsable del guión de The Queen, vuelve a desmenuzar con absoluta precisión un acontecimiento político de la historia reciente, mezclando de nuevo documentos auténticos con una ficción que, de tan fidedigna, parece real. Los testimonios que se van intercalando en la película y que protagonizan los propios actores son quizá el único elemento contradictorio con la filosofía de un filme que quiere desprender veracidad. El tono de reportaje que persiguen esas declaraciones se hubiera logrado de forma menos artificiosa en boca de sus protagonistas reales.
De todas formas, la autenticidad en Frost contra Nixon viene de la mano de Frank Langella, que logra igualar e incluso superar a su colega Anthony Hopkins con una encarnación del presidente Nixon más costumbrista y matizada (sus diálogos con Kevin Bacon sobre los zapatos italianos de Frost no tienen desperdicio). Michael Sheen tampoco se queda atrás. Después de ponerse en la piel, casi literalmente, de Tony Blair, vuelve a transmutarse en personaje real con igual eficacia.
Pero si en algo conviene destacar Frost contra Nixon es en su cualidad divulgadora de una profesión, la del periodismo, bastante ignorada y tergiversada por el cine. El filme nos acerca a las entrañas de la comunicación, desde los procesos de negociación para una entrevista de envergadura, con intermediarios, productores, pactos y mucho dinero de por medio, hasta la fase de documentación para un buen cuestionario.
La hazaña de David Frost, con todos sus altibajos, constituye una excelente lección sobre géneros periodísticos tan degradados en la actualidad como el periodismo de investigación o la entrevista. De la misma forma que muchas facultades de comunicación incluyen Todos los hombres del presidente como película obligada, puede que a partir de ahora deban incorporar también Frost contra Nixon en sus programas, al menos para que los nuevos profesionales entiendan que las entrevistas no son masajes, que existe vida más allá de la cámara oculta y que las exclusivas, tan sobadas y desprestigiadas por el gremio, pueden lograrse mediante métodos más honestos.
Sólo extrapolando a nuestra realidad política las entrevistas de David Frost a Richard Nixon podemos hacernos una idea de la magnitud del acontecimiento. Puede parecer un hecho histórico demasiado local, únicamente comprensible e interesante para los estadounidenses, pero todo lo que rodea al caso Watergate, incluido el epílogo que relata la película de Ron Howard, resulta un material de lo más absorbente.
Frost contra Nixon constituye un digno punto y seguido de Todos los hombres del presidente. Si en la película de Alan Pakula se radiografiaba al milímetro la investigación que Bernstein y Woodward llevaron a cabo para desentrañar todos los entresijos del caso, en esta ocasión Howard ha decidido resaltar otra hazaña periodística relacionada con el Watergate bastante menos conocida, la que protagonizó David Frost con Richard Nixon.
El primero era un presentador de variedades inglés sin ningún tipo de credibilidad en el sector más sesudo del gremio periodístico. El segundo saltó de la Casa Blanca a La Casa Pacífica, un envidiable retiro en California, con un indulto presidencial y sin ningún tipo de represalias judiciales. En el momento en que Frost manifestó su deseo de entrevistar al presidente caído, sus colegas se apresuraron a mirar por encima del hombro. Mientras, los asesores de Nixon se frotaban las manos ante semejante oportunidad de limpieza de imagen.
Peter Morgan, responsable del guión de The Queen, vuelve a desmenuzar con absoluta precisión un acontecimiento político de la historia reciente, mezclando de nuevo documentos auténticos con una ficción que, de tan fidedigna, parece real. Los testimonios que se van intercalando en la película y que protagonizan los propios actores son quizá el único elemento contradictorio con la filosofía de un filme que quiere desprender veracidad. El tono de reportaje que persiguen esas declaraciones se hubiera logrado de forma menos artificiosa en boca de sus protagonistas reales.
De todas formas, la autenticidad en Frost contra Nixon viene de la mano de Frank Langella, que logra igualar e incluso superar a su colega Anthony Hopkins con una encarnación del presidente Nixon más costumbrista y matizada (sus diálogos con Kevin Bacon sobre los zapatos italianos de Frost no tienen desperdicio). Michael Sheen tampoco se queda atrás. Después de ponerse en la piel, casi literalmente, de Tony Blair, vuelve a transmutarse en personaje real con igual eficacia.
Pero si en algo conviene destacar Frost contra Nixon es en su cualidad divulgadora de una profesión, la del periodismo, bastante ignorada y tergiversada por el cine. El filme nos acerca a las entrañas de la comunicación, desde los procesos de negociación para una entrevista de envergadura, con intermediarios, productores, pactos y mucho dinero de por medio, hasta la fase de documentación para un buen cuestionario.
La hazaña de David Frost, con todos sus altibajos, constituye una excelente lección sobre géneros periodísticos tan degradados en la actualidad como el periodismo de investigación o la entrevista. De la misma forma que muchas facultades de comunicación incluyen Todos los hombres del presidente como película obligada, puede que a partir de ahora deban incorporar también Frost contra Nixon en sus programas, al menos para que los nuevos profesionales entiendan que las entrevistas no son masajes, que existe vida más allá de la cámara oculta y que las exclusivas, tan sobadas y desprestigiadas por el gremio, pueden lograrse mediante métodos más honestos.
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