Agustín Díaz Yanes ha decidido echar mano de su personaje más emblemático, la Gloria Duque de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, para vendernos un nuevo concepto de película que el director ha prohibido denominar como secuela. Y no es para menos. Aquello de segundas partes nunca fueron buenas se queda corto con Sólo quiero caminar.
El director español se ha dejado llevar por la máxima de más es mejor. Más buenas actrices en el elenco, sin embargo, no significa mayor calidad cuando no consigue extraerse ningún tipo de jugo de sus interpretaciones. Más acción no implica siempre una mayor atención del espectador cuando la trama queda totalmente eclipsada por una sucesión de escenas de violencia gratuita. Más imágenes por segundo puede comportar más ritmo, sí, pero también un peligroso acercamiento al lenguaje del videoclip.
La primera escena de Sólo quiero caminar es perfecta para describir las dos horas siguientes de largometraje. Un montaje acelerado en el que se superponen varias acciones a la vez con el sonido de una clase de flamenco de fondo puede resultar curioso una primera vez. Pero cuando el montaje se alarga varios minutos y cuando la fórmula se explota en demasiadas ocasiones, como ocurre en este filme, el espectador termina sumido en un estado de auténtico sopor.
Es evidente que Díaz Yanes ha querido emular con esta Kill Bill a la española el estilo cinematográfico de Tarantino. Imágenes de vértigo, estética de videoclip, importancia de la banda sonora, diálogos casi surrealistas y, sobre todo, una violencia que no entiende de corrección política son algunas de las peculiaridades que mejor definen al director y que Yanes ha perseguido con esta cinta. Sin embargo, lo que en Tarantino funciona como reloj suizo y roza la excelencia por su poder de atracción, en el realizador español bordea el ridículo.
Victoria Abril, por ejemplo, resultaba mucho más convincente taladrando sin miramientos el suelo de un piso para robar en una peletería que intentando perforar una caja fuerte al estilo Ocean’s eleven. Las balas que va soltando a la ligera Diego Luna parecen menos serias que las que disparan John Travolta o Samuel L. Jackson en Pulp fiction. Por no hablar del salto mortal que protagoniza de nuevo Gloria Duque contra un cristal hacia al final del metraje. Hay que asumir que los yanquis son expertos en plasmar la violencia en pantalla y que en nuestra cultura audiovisual no resultan nada creíbles las burdas imitaciones.
Tampoco el tratamiento de la mujer sale bien parado si seguimos comparando con Tarantino. Sus películas consiguen retratar a auténticas heroínas de la venganza, aunque el director no tenga reparos en reservarles todo tipo de maltratos. Sin embargo, Díaz Yanes no consigue lo mismo con sus protagonistas. El guión las convierte en sumisas chupapollas con poco que perder y todavía mucho menos que ganar. Sólo hay que ver la escena en el despacho de un juez con Victoria Abril y Pilar López de Ayala para entender la imagen sórdida y degradante que desprenden sus fracasadas heroínas.
Buena culpa de esa imagen superficial la encontramos en la absoluta falta de descripción de las protagonistas, algo que sí reunían en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto la Gloria Duque adicta al alcohol o la resignada suegra que encarnaba de forma brillante Pilar Bardem. En Sólo quiero caminar desconocemos absolutamente todo acerca de los personajes. Qué mueve a una funcionaria como la que encarna López de Ayala a meterse en tales fregados o por qué el malvado que interpreta Diego Luna parece arrepentirse en determinados momentos de lo que hace.
Díaz Yanes falla de nuevo en su intento de lograr una superproducción made in Spain. Ya desperdició una gran ocasión con ese despilfarro de presupuesto llamado Alatriste en el que no faltaba ni uno sólo de los actores que dan nombre a nuestro cine. Esta vez no ha sabido aprovechar las virtudes de su ópera prima, que eran muchas, y se ha dedicado a explotar de forma un tanto presuntuosa las más fallidas. Resultado: dos horas de hipertensas imágenes de violencia a la española que no por veloces se convierten en menos tediosas.
El director español se ha dejado llevar por la máxima de más es mejor. Más buenas actrices en el elenco, sin embargo, no significa mayor calidad cuando no consigue extraerse ningún tipo de jugo de sus interpretaciones. Más acción no implica siempre una mayor atención del espectador cuando la trama queda totalmente eclipsada por una sucesión de escenas de violencia gratuita. Más imágenes por segundo puede comportar más ritmo, sí, pero también un peligroso acercamiento al lenguaje del videoclip.
La primera escena de Sólo quiero caminar es perfecta para describir las dos horas siguientes de largometraje. Un montaje acelerado en el que se superponen varias acciones a la vez con el sonido de una clase de flamenco de fondo puede resultar curioso una primera vez. Pero cuando el montaje se alarga varios minutos y cuando la fórmula se explota en demasiadas ocasiones, como ocurre en este filme, el espectador termina sumido en un estado de auténtico sopor.
Es evidente que Díaz Yanes ha querido emular con esta Kill Bill a la española el estilo cinematográfico de Tarantino. Imágenes de vértigo, estética de videoclip, importancia de la banda sonora, diálogos casi surrealistas y, sobre todo, una violencia que no entiende de corrección política son algunas de las peculiaridades que mejor definen al director y que Yanes ha perseguido con esta cinta. Sin embargo, lo que en Tarantino funciona como reloj suizo y roza la excelencia por su poder de atracción, en el realizador español bordea el ridículo.
Victoria Abril, por ejemplo, resultaba mucho más convincente taladrando sin miramientos el suelo de un piso para robar en una peletería que intentando perforar una caja fuerte al estilo Ocean’s eleven. Las balas que va soltando a la ligera Diego Luna parecen menos serias que las que disparan John Travolta o Samuel L. Jackson en Pulp fiction. Por no hablar del salto mortal que protagoniza de nuevo Gloria Duque contra un cristal hacia al final del metraje. Hay que asumir que los yanquis son expertos en plasmar la violencia en pantalla y que en nuestra cultura audiovisual no resultan nada creíbles las burdas imitaciones.
Tampoco el tratamiento de la mujer sale bien parado si seguimos comparando con Tarantino. Sus películas consiguen retratar a auténticas heroínas de la venganza, aunque el director no tenga reparos en reservarles todo tipo de maltratos. Sin embargo, Díaz Yanes no consigue lo mismo con sus protagonistas. El guión las convierte en sumisas chupapollas con poco que perder y todavía mucho menos que ganar. Sólo hay que ver la escena en el despacho de un juez con Victoria Abril y Pilar López de Ayala para entender la imagen sórdida y degradante que desprenden sus fracasadas heroínas.
Buena culpa de esa imagen superficial la encontramos en la absoluta falta de descripción de las protagonistas, algo que sí reunían en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto la Gloria Duque adicta al alcohol o la resignada suegra que encarnaba de forma brillante Pilar Bardem. En Sólo quiero caminar desconocemos absolutamente todo acerca de los personajes. Qué mueve a una funcionaria como la que encarna López de Ayala a meterse en tales fregados o por qué el malvado que interpreta Diego Luna parece arrepentirse en determinados momentos de lo que hace.
Díaz Yanes falla de nuevo en su intento de lograr una superproducción made in Spain. Ya desperdició una gran ocasión con ese despilfarro de presupuesto llamado Alatriste en el que no faltaba ni uno sólo de los actores que dan nombre a nuestro cine. Esta vez no ha sabido aprovechar las virtudes de su ópera prima, que eran muchas, y se ha dedicado a explotar de forma un tanto presuntuosa las más fallidas. Resultado: dos horas de hipertensas imágenes de violencia a la española que no por veloces se convierten en menos tediosas.
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