Siento devoción por Hannibal Lecter. Se trata de uno de los personajes más siniestros y mejor construidos de la historia, desde luego no de la literatura universal sino de la cinematográfica. Su autor, Thomas Harris, puede estar más que contento con el traspaso del papel a la pantalla de su protagonista estrella. Gracias a las adaptaciones al cine de sus novelas, el autor norteamericano se ha reservado un hueco fijo en las estanterías de libros más vendidos. Y buena parte del mérito no es que recaiga precisamente en su prodigiosa prosa sino más bien en el actor que le ha dado vida en la pantalla, hasta el punto de fundirse con su propio personaje. Anthony Hopkins es Hannibal Lecter. Y no hay más vuelta de hoja.
Por eso me ha sentado tan mal esta cuarta entrega (o quinta si tenemos en cuenta la siempre citada y nunca visionada Manhunter) sobre uno de mis personajes favoritos. Con El dragón rojo ya comenzó el declive. Las dos anteriores entregas, insustituibles, inmejorables e inigualables, resultaron tan rentables que la voracidad económica que domina Hollywood tenía que ingeniárselas como fuera para darle cuerda a tan suculento personaje. Primera idea: rescatar la primera novela de Thomas Harris en la que aparecía Lecter. Con un plantel de actores digno de mención (Hopkins & Edward Norton & Emily Watson & Ralph Fiennes & Harvey Keitel &…) se construyó una fotocopia descolorida de El silencio de los corderos. El dragón rojo se regía por los mismos patrones que su predecesora y eso, once años y muchas otras fotocopias después (El coleccionista de amantes, se7en, El coleccionista de huesos,…), suponía aportar menos que nada al género de asesinos en serie.
Aún así, el enigmático doctor caníbal siguió aportando grandes réditos a la industria cinematográfica y los magnates de la industria dieron paso a la idea número dos: si El dragón rojo era una precuela de El silencio de los corderos, ¿por qué no ir más allá en la vuelta de tuerca hacia una precuela de precuela en la que se plasmara la infancia y juventud del personaje? Que genial idea. El público seguro que estaba ávido de conocer los motivos que llevaron al Dr. Lecter a convertirse al canibalismo antes que volver a ser testimonio de la maestría de sir Anthony Hopkins al frente de Hannibal. No llegaron a la conclusión de que la saga sin el actor galés quedaba más huérfana que Oliver Twist. Pero al parecer acertaron. Hannibal rising ha vuelto a ser todo un éxito de taquilla en Estados Unidos.
No sé lo que esconden las cifras de audiencia, pero estoy convencido que los fanáticos del personaje no habrán encontrado en la película de Peter Webber ni un solo resquicio del Lecter original. Ni mucho menos una respuesta a esa pregunta que supuestamente tanto nos debía interesar: ¿Por qué? El Dr. Hannibal Lecter, tal como aparecía en pantalla, es un ser refinado, de mucho bagaje cultural, absolutamente frío y sin ningún atisbo de debilidad. No aparentaba un ser atormentado movido por la sed de venganza. Sus crímenes parecían más bien movidos por el placer, fruto de una mente perversa y degenerada. Cada una de las sentencias que pronunciaba a Clarice Starling (notable es también su ausencia) derrochaban inteligencia y exquisita educación. Si alguna vez nos debíamos preguntar el porqué de su locura, desde luego la respuesta mental no era ni mucho menos la que nos presenta este origen del mal.
Lo que más duele es que este pretérito de Hannibal se lo haya sacado de la manga el propio creador del personaje, a quien sin duda el dinero debe moverlo más que el sentimiento. Solo así se entiende que un escritor desdibuje de tal manera la personalidad del protagonista que lo ha hecho famoso. No me creo que los padres de Hannibal murieran en 1944 en la II Guerra Mundial, ni que a su hermana se la comieran unos asaltantes rusos, ni, por lo tanto, que su origen del mal se base en tan fácil premisa. Demasiado sencillo para tratarse de Hannibal. No me creo a Gaspard Ulliel como juventud de Anthony Hopkins, por muchos esfuerzos que el actor francés haga en imitarle. Y tampoco me creo que entre revanchas y clases de anatomía forense en París lograra curtir la cultura que desprendería el personaje en su plena madurez. Por todo eso, sumado a un largometraje excesivamente lento, artificial y sin la atmósfera adecuada, aparco desde este mismo momento este invento lucrativo llamado Hannibal rising.
La historia no es coherente con el personaje, de la misma manera que tampoco lo fue en su momento el final que le impuso Harris a Lecter en Hannibal y que por suerte David Mamet decidió variar para su adaptación cinematográfica (en la novela original, Hannibal y Clarice Starling terminan emparejados y yendo del brazo a la ópera!). Harris, por tanto, pierde credibilidad como autor pero, al menos, en la mente del espectador, quedan dos obras maestras surgidas de su criatura: El silencio de los corderos y Hannibal. Dos formas bien distintas de acercarnos a un mismo personaje sin desvirtuarlo. La primera, única en su especie, lograba la atmósfera terrorífica que tantos otros filmes del género pshychokiller han querido emular y que únicamente Se7en ha conseguido incluso sobrepasar. La segunda, sorprendente secuela de Ridley Scott, es una de mis películas preferidas. Siniestra, refinada, profunda e inteligente. 100 % Hannibal Lecter. Lo demás, pura estafa.
Por eso me ha sentado tan mal esta cuarta entrega (o quinta si tenemos en cuenta la siempre citada y nunca visionada Manhunter) sobre uno de mis personajes favoritos. Con El dragón rojo ya comenzó el declive. Las dos anteriores entregas, insustituibles, inmejorables e inigualables, resultaron tan rentables que la voracidad económica que domina Hollywood tenía que ingeniárselas como fuera para darle cuerda a tan suculento personaje. Primera idea: rescatar la primera novela de Thomas Harris en la que aparecía Lecter. Con un plantel de actores digno de mención (Hopkins & Edward Norton & Emily Watson & Ralph Fiennes & Harvey Keitel &…) se construyó una fotocopia descolorida de El silencio de los corderos. El dragón rojo se regía por los mismos patrones que su predecesora y eso, once años y muchas otras fotocopias después (El coleccionista de amantes, se7en, El coleccionista de huesos,…), suponía aportar menos que nada al género de asesinos en serie.
Aún así, el enigmático doctor caníbal siguió aportando grandes réditos a la industria cinematográfica y los magnates de la industria dieron paso a la idea número dos: si El dragón rojo era una precuela de El silencio de los corderos, ¿por qué no ir más allá en la vuelta de tuerca hacia una precuela de precuela en la que se plasmara la infancia y juventud del personaje? Que genial idea. El público seguro que estaba ávido de conocer los motivos que llevaron al Dr. Lecter a convertirse al canibalismo antes que volver a ser testimonio de la maestría de sir Anthony Hopkins al frente de Hannibal. No llegaron a la conclusión de que la saga sin el actor galés quedaba más huérfana que Oliver Twist. Pero al parecer acertaron. Hannibal rising ha vuelto a ser todo un éxito de taquilla en Estados Unidos.
No sé lo que esconden las cifras de audiencia, pero estoy convencido que los fanáticos del personaje no habrán encontrado en la película de Peter Webber ni un solo resquicio del Lecter original. Ni mucho menos una respuesta a esa pregunta que supuestamente tanto nos debía interesar: ¿Por qué? El Dr. Hannibal Lecter, tal como aparecía en pantalla, es un ser refinado, de mucho bagaje cultural, absolutamente frío y sin ningún atisbo de debilidad. No aparentaba un ser atormentado movido por la sed de venganza. Sus crímenes parecían más bien movidos por el placer, fruto de una mente perversa y degenerada. Cada una de las sentencias que pronunciaba a Clarice Starling (notable es también su ausencia) derrochaban inteligencia y exquisita educación. Si alguna vez nos debíamos preguntar el porqué de su locura, desde luego la respuesta mental no era ni mucho menos la que nos presenta este origen del mal.
Lo que más duele es que este pretérito de Hannibal se lo haya sacado de la manga el propio creador del personaje, a quien sin duda el dinero debe moverlo más que el sentimiento. Solo así se entiende que un escritor desdibuje de tal manera la personalidad del protagonista que lo ha hecho famoso. No me creo que los padres de Hannibal murieran en 1944 en la II Guerra Mundial, ni que a su hermana se la comieran unos asaltantes rusos, ni, por lo tanto, que su origen del mal se base en tan fácil premisa. Demasiado sencillo para tratarse de Hannibal. No me creo a Gaspard Ulliel como juventud de Anthony Hopkins, por muchos esfuerzos que el actor francés haga en imitarle. Y tampoco me creo que entre revanchas y clases de anatomía forense en París lograra curtir la cultura que desprendería el personaje en su plena madurez. Por todo eso, sumado a un largometraje excesivamente lento, artificial y sin la atmósfera adecuada, aparco desde este mismo momento este invento lucrativo llamado Hannibal rising.
La historia no es coherente con el personaje, de la misma manera que tampoco lo fue en su momento el final que le impuso Harris a Lecter en Hannibal y que por suerte David Mamet decidió variar para su adaptación cinematográfica (en la novela original, Hannibal y Clarice Starling terminan emparejados y yendo del brazo a la ópera!). Harris, por tanto, pierde credibilidad como autor pero, al menos, en la mente del espectador, quedan dos obras maestras surgidas de su criatura: El silencio de los corderos y Hannibal. Dos formas bien distintas de acercarnos a un mismo personaje sin desvirtuarlo. La primera, única en su especie, lograba la atmósfera terrorífica que tantos otros filmes del género pshychokiller han querido emular y que únicamente Se7en ha conseguido incluso sobrepasar. La segunda, sorprendente secuela de Ridley Scott, es una de mis películas preferidas. Siniestra, refinada, profunda e inteligente. 100 % Hannibal Lecter. Lo demás, pura estafa.
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