Ryan Murphy, el fichaje estrella de Netflix junto a Shonda Rhimes, ha debutado en la plataforma haciendo poco ruido, o al menos sin el estruendo esperado. Puede que haya sido de forma consciente y calculada, pero el caso es que The politician, a juzgar por las redes sociales, único barómetro posible en esta época de opacidad en datos de audiencia, no se ha convertido en un nuevo hit del universo en streaming. Tan solo nos queda la posible renovación como único mecanismo para saber si la serie ha calado entre el público. Y, francamente, sería una lástima que no renovara porque el último capítulo se dedica íntegramente a sentar las bases de un sugerente cambio en la trama.
Iniciar su andadura en Netflix con una serie política era arriesgado, por mucho que esta primera temporada se haya regido casi al completo por las convenciones del género de instituto. Una manera astuta de ganarse al gran público, iniciando las tramas entre carpetas, aulas y amoríos adolescentes. Los orígenes de un ambicioso joven que sueña con convertirse en el futuro presidente de Estados Unidos suponen un altibajo de sensaciones, con cúmulo de giros inesperados y mezcla, no siempre acertada, de géneros.
Y es que Murphy sigue haciendo lo que le da la real gana, fiel a su estilo excéntrico, tanto en la forma como en el contenido. Aquellos que frunzan el ceño con cada movimiento de cámara, con la verborrea de sus personajes o con la estética pretendidamente kitsch de este gurú televisivo, ya pueden empezar a huir de The politician, salvo que esta vez parece que el proyecto está profundamente pensado, con la idea clara de mostrarnos la trayectoria de su principal baza, un protagonista inmejorable.
Si para algo nos ha servido esta nueva serie es para darnos a conocer el enorme talento de Ben Platt, hasta ahora retenido en los círculos de Broadway. Hay un momento en el primer episodio, cuando Payton interpreta River en el auditorio del instituto, que es cuando uno despierta y advierte estar ante un auténtico actor revelación. No solo nos muestra su portentosa voz sino que también nos revela que tanto la serie como el personaje van más en serio de lo que parece.
Más allá de sus altibajos (hay tramas que se hacen largas, personajes que molestan, capítulos más flojos), The politician nos regala muchos más momentos para el recuerdo que para el olvido. El primer episodio es una perfecta carta de presentación sobre lo que se avecina. En los siguientes, somos testigos de un nuevo despliegue interpretativo de Jessica Lange (también es notorio el regreso por todo lo alto de Gwyneth Paltrow de la mano de su marido, y también guionista de la serie, Brad Falchuk). Pero es en el quinto capítulo, de tan solo media hora, cuando asistimos a toda una joya de la televisión, cuando la trama se detiene para mostrarnos la realidad del votante medio, ese que vive ajeno a una política que solo llama a la puerta para mendigar un voto.
El último capítulo, con la aparición sorpresa de Judith Light y Bette Midler, sirve para dar un giro de 180 grados a la trama sumamente interesante. La serie se torna de repente mucho más adulta y nos advierte de que el camino hacia la Casa Blanca, si Netflix lo permite, puede ser apasionante. Murphy nos demuestra que The politician es ambiciosa pero que requiere paciencia y, sobre todo, que admira en secreto a los King. Sin quererlo o queriéndolo se ha sacado de la manga una ficción al más puro estilo The good fight.
Iniciar su andadura en Netflix con una serie política era arriesgado, por mucho que esta primera temporada se haya regido casi al completo por las convenciones del género de instituto. Una manera astuta de ganarse al gran público, iniciando las tramas entre carpetas, aulas y amoríos adolescentes. Los orígenes de un ambicioso joven que sueña con convertirse en el futuro presidente de Estados Unidos suponen un altibajo de sensaciones, con cúmulo de giros inesperados y mezcla, no siempre acertada, de géneros.
Y es que Murphy sigue haciendo lo que le da la real gana, fiel a su estilo excéntrico, tanto en la forma como en el contenido. Aquellos que frunzan el ceño con cada movimiento de cámara, con la verborrea de sus personajes o con la estética pretendidamente kitsch de este gurú televisivo, ya pueden empezar a huir de The politician, salvo que esta vez parece que el proyecto está profundamente pensado, con la idea clara de mostrarnos la trayectoria de su principal baza, un protagonista inmejorable.
Si para algo nos ha servido esta nueva serie es para darnos a conocer el enorme talento de Ben Platt, hasta ahora retenido en los círculos de Broadway. Hay un momento en el primer episodio, cuando Payton interpreta River en el auditorio del instituto, que es cuando uno despierta y advierte estar ante un auténtico actor revelación. No solo nos muestra su portentosa voz sino que también nos revela que tanto la serie como el personaje van más en serio de lo que parece.
Más allá de sus altibajos (hay tramas que se hacen largas, personajes que molestan, capítulos más flojos), The politician nos regala muchos más momentos para el recuerdo que para el olvido. El primer episodio es una perfecta carta de presentación sobre lo que se avecina. En los siguientes, somos testigos de un nuevo despliegue interpretativo de Jessica Lange (también es notorio el regreso por todo lo alto de Gwyneth Paltrow de la mano de su marido, y también guionista de la serie, Brad Falchuk). Pero es en el quinto capítulo, de tan solo media hora, cuando asistimos a toda una joya de la televisión, cuando la trama se detiene para mostrarnos la realidad del votante medio, ese que vive ajeno a una política que solo llama a la puerta para mendigar un voto.
El último capítulo, con la aparición sorpresa de Judith Light y Bette Midler, sirve para dar un giro de 180 grados a la trama sumamente interesante. La serie se torna de repente mucho más adulta y nos advierte de que el camino hacia la Casa Blanca, si Netflix lo permite, puede ser apasionante. Murphy nos demuestra que The politician es ambiciosa pero que requiere paciencia y, sobre todo, que admira en secreto a los King. Sin quererlo o queriéndolo se ha sacado de la manga una ficción al más puro estilo The good fight.
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