Tras el varapalo que conllevó el polémico final de Perdidos, Damon Lindelof no se amedrentó. Tomó las riendas, junto al guionista y escritor Tom Perrotta, de otra obra revolucionaria, radicalmente opuesta en su planteamiento pero igual de enrevesada y compleja. Un nuevo reto para el espectador, que ahora sustituía la resolución de un misterio por algo mucho más trascendental. La ciencia ficción al servicio de las cuestiones más terrenales. Se metió de lleno en otro embolado pero esta vez a sabiendas de que saldría airoso. Y el final de los finales lo confirma. The Leftovers es ya una de las series más meritorias y necesarias de la televisión. Una obra de arte que supo llamar la atención, luego reinventarse y, finalmente, cerrar por la puerta grande.
Intuíamos que sabrían hacerlo, que sabían de lo que hablaban y que tenían muy claro lo que querían contar. Cada capítulo de la serie, salvo contadísimas excepciones, ha supuesto una joya, piezas únicas talladas con la delicadeza de quien considera el material que tiene entre manos como lo más valioso del mundo, de quien presupone la máxima exigencia a su público. Y este último episodio, protagonizado por Nora y Kevin, ha supuesto toda una declaración de amor, un soplo de esperanza y de fe para una serie eminentemente desgarradora y trágica. Otro valiente golpe de timón en un recorrido marcado por los imprevistos.
El arranque del capítulo nos situaba en el terreno más lostiano, sin complejos a la hora de materializar las respuestas que ya no demandábamos. Al final parece que las expectativas inesperadas resultan mucho más placenteras. La despedida entre Nora y su hermano y ese camino hacia la máquina que la devolvería en brazos de sus seres desaparecidos, con flashes del terrible recuerdo, provocan una angustia difícilmente expresable en pantalla. Y, de repente, la interrupción, el regreso al flashforward que nos dejó con la boca abierta en el primer episodio de la temporada.
Disipado el apocalipsis, el futuro se presenta reconfortante y tranquilizador. En paz y armonía. Hasta que el pasado llama a la puerta de Nora con el semblante arrugado de Kevin. Desde ese instante, la serie juega al despiste con el espectador. Parece que las buenas vibraciones de los primeros minutos se desmoronan con lo que aparentan ser vueltas de tuerca innecesarias. ¿Kevin ha perdido la memoria? ¿Laurie finalmente no se suicidó? ¿En qué demonios de realidad nos encontramos?
Pero lo que aparenta ser una equivocada decisión se encauza enseguida con una de las declaraciones de amor más emocionantes que nos ha podido ofrecer la pequeña pantalla. Un Kevin desesperado confesando que cada año aprovecha sus quince días de vacaciones para recorrer Australia de punta a punta, en busca de la única persona en cuyos brazos pudo sentirse reconfortado durante la etapa más descorazonadora de sus vidas. Y a continuación, un monólogo en mayúsculas que nuevamente brinda respuestas, esta vez a la gran pregunta sobre la que ha girado la trama de sus tres temporadas: cómo sobreponerse a la pérdida.
Tan sólo en boca de Nora, sin la facilidad que podría implicar mostrar en imágenes su viaje al otro lado, confiando (y acertando de pleno) en el talento de una actriz sobresaliente, el guión nos mantiene enganchados a una narración absorbente y evocadora. Un ejercicio valiente que deja en manos del espectador la capacidad de imaginación y, sobre todo, que delega en el receptor su interpretación de los acontecimientos. Ni siquiera en su final, The Leftovers se ha permitido bajar la guardia. Un cierre emotivo, absolutamente fiel, para una serie que, como Lost, es única y será irrepetible.
Intuíamos que sabrían hacerlo, que sabían de lo que hablaban y que tenían muy claro lo que querían contar. Cada capítulo de la serie, salvo contadísimas excepciones, ha supuesto una joya, piezas únicas talladas con la delicadeza de quien considera el material que tiene entre manos como lo más valioso del mundo, de quien presupone la máxima exigencia a su público. Y este último episodio, protagonizado por Nora y Kevin, ha supuesto toda una declaración de amor, un soplo de esperanza y de fe para una serie eminentemente desgarradora y trágica. Otro valiente golpe de timón en un recorrido marcado por los imprevistos.
El arranque del capítulo nos situaba en el terreno más lostiano, sin complejos a la hora de materializar las respuestas que ya no demandábamos. Al final parece que las expectativas inesperadas resultan mucho más placenteras. La despedida entre Nora y su hermano y ese camino hacia la máquina que la devolvería en brazos de sus seres desaparecidos, con flashes del terrible recuerdo, provocan una angustia difícilmente expresable en pantalla. Y, de repente, la interrupción, el regreso al flashforward que nos dejó con la boca abierta en el primer episodio de la temporada.
Disipado el apocalipsis, el futuro se presenta reconfortante y tranquilizador. En paz y armonía. Hasta que el pasado llama a la puerta de Nora con el semblante arrugado de Kevin. Desde ese instante, la serie juega al despiste con el espectador. Parece que las buenas vibraciones de los primeros minutos se desmoronan con lo que aparentan ser vueltas de tuerca innecesarias. ¿Kevin ha perdido la memoria? ¿Laurie finalmente no se suicidó? ¿En qué demonios de realidad nos encontramos?
Pero lo que aparenta ser una equivocada decisión se encauza enseguida con una de las declaraciones de amor más emocionantes que nos ha podido ofrecer la pequeña pantalla. Un Kevin desesperado confesando que cada año aprovecha sus quince días de vacaciones para recorrer Australia de punta a punta, en busca de la única persona en cuyos brazos pudo sentirse reconfortado durante la etapa más descorazonadora de sus vidas. Y a continuación, un monólogo en mayúsculas que nuevamente brinda respuestas, esta vez a la gran pregunta sobre la que ha girado la trama de sus tres temporadas: cómo sobreponerse a la pérdida.
Tan sólo en boca de Nora, sin la facilidad que podría implicar mostrar en imágenes su viaje al otro lado, confiando (y acertando de pleno) en el talento de una actriz sobresaliente, el guión nos mantiene enganchados a una narración absorbente y evocadora. Un ejercicio valiente que deja en manos del espectador la capacidad de imaginación y, sobre todo, que delega en el receptor su interpretación de los acontecimientos. Ni siquiera en su final, The Leftovers se ha permitido bajar la guardia. Un cierre emotivo, absolutamente fiel, para una serie que, como Lost, es única y será irrepetible.
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