Vasile ha vuelto a dar en la diana. Mientras los éxitos en su canal televisivo se empiezan a contar con los dedos de una mano, los aciertos de la filial Telecinco Cinema aumentan con cada nuevo proyecto. El último en demostrar el buen ojo de los responsables de esta productora es, sin duda, Celda 211. A diferencia de Ágora, la fastuosa apuesta económica de la empresa, la película de Daniel Monzón sí supera las expectativas de una gran campaña publicitaria. Visto el excelente resultado, puede considerarse esta cinta, sin miedo a exagerar, como una de las mejores propuestas que ha dado el cine español en los últimos años.
El problema es que no estamos ante un drama histórico ambientado en la Guerra Civil o ante la enésima obra de uno de los directores sagrados y consagrados de nuestro cine. En esta ocasión se nos presenta un filme de acción trepidante, de realización impecable, con un excelente casting y un sentido del ritmo al que sólo nos tienen acostumbrados las superproducciones hollywoodienses. Motivos más que suficientes para atraer al gran público con la misma intensidad con la que críticos y académicos de elevado intelecto saldrán huyendo. Y es que, aunque cueste entenderlo, es más que probable que Celda 211 no se encuentre entre las cuatro nominadas al Goya, y mucho más impensable resulta aún que se erija en la gran triunfadora de la noche.
Con estos premios del cine español se produce un interesante dilema. ¿Conviene destacar las obras pequeñas e independientes pero que no se han comido un rosco en taquilla (tal como ocurrió hace dos años con La soledad frente a El orfanato) o, por el contrario, es más honesto reconocer los trabajos que logran levantar las paupérrimas cifras de nuestra industria cinematográfica? Este año, no cabe ninguna duda. La desaprovechada inversión de Ágora, el tópico sobre Japón y sobre sí misma de Isabel Coixet y los abrazos soporosos de Almodóvar no logran superar la honestidad de un producto que no da gato por liebre.
Celda 211 es un thriller adrenalínico en toda regla. Desde la primera e incómoda primera escena hasta la última, Monzón nos adentra en un universo carcelario que en nada se asemeja al de Prison break u otras propuestas similares, en las que los tópicos hacen mella sobre el realismo. Aunque aquí tampoco falta el policía cabrón y corrupto, interpretado por Antonio Resines, o el alcaide al que las circunstancias le sobrepasan, el resto de personajes conforman un abanico completamente verosímil de cómo debe ser la vida entre rejas.
Desde luego, el trabajo más destacado y destacable es el de Luis Tosar en la piel de Malamadre, el único de todo el equipo al que podemos augurarle la más que merecida estatuilla goyesca. Muy difícil lo tendrían este año los académicos a la hora de encontrarle un rival a la altura. Pero las interpretaciones del resto de actores no se quedan atrás, configurando un reparto en el que ni siquiera chirrían los figurantes, algo bastante inaudito en las producciones de nuestro país. Pisando los talones de Tosar se encuentra un secundario memorable, el Releches al que da forma de manera magistral Luis Zahera. Sus esputos y su voz sedada por la droga serán difíciles de olvidar. Tampoco se queda atrás el desconocido Alberto Ammann, que asume el papel protagonista de forma muy eficaz.
El mérito de Monzón es incuestionable. Ha logrado equilibrar de forma efectiva los diferentes clímax del filme sin adormecer ni aturdir al espectador, si bien a la película le sobrarían treinta minutos de reiterada tensión. Pero sobre todo ha conseguido orquestar una cinta de acción sin que se le convierta en un motín como el que nos ha querido plasmar. La sobreactuación y la estridencia que tanto suelen aparecer en el cine de acción made in Spain, aquí jamás hacen acto de presencia. Solo falta saber si una producción efectiva, como en su día lo fue también REC en el ámbito del terror, logra salvar los prejuicios del menospreciado género de acción al que pertenece.
El problema es que no estamos ante un drama histórico ambientado en la Guerra Civil o ante la enésima obra de uno de los directores sagrados y consagrados de nuestro cine. En esta ocasión se nos presenta un filme de acción trepidante, de realización impecable, con un excelente casting y un sentido del ritmo al que sólo nos tienen acostumbrados las superproducciones hollywoodienses. Motivos más que suficientes para atraer al gran público con la misma intensidad con la que críticos y académicos de elevado intelecto saldrán huyendo. Y es que, aunque cueste entenderlo, es más que probable que Celda 211 no se encuentre entre las cuatro nominadas al Goya, y mucho más impensable resulta aún que se erija en la gran triunfadora de la noche.
Con estos premios del cine español se produce un interesante dilema. ¿Conviene destacar las obras pequeñas e independientes pero que no se han comido un rosco en taquilla (tal como ocurrió hace dos años con La soledad frente a El orfanato) o, por el contrario, es más honesto reconocer los trabajos que logran levantar las paupérrimas cifras de nuestra industria cinematográfica? Este año, no cabe ninguna duda. La desaprovechada inversión de Ágora, el tópico sobre Japón y sobre sí misma de Isabel Coixet y los abrazos soporosos de Almodóvar no logran superar la honestidad de un producto que no da gato por liebre.
Celda 211 es un thriller adrenalínico en toda regla. Desde la primera e incómoda primera escena hasta la última, Monzón nos adentra en un universo carcelario que en nada se asemeja al de Prison break u otras propuestas similares, en las que los tópicos hacen mella sobre el realismo. Aunque aquí tampoco falta el policía cabrón y corrupto, interpretado por Antonio Resines, o el alcaide al que las circunstancias le sobrepasan, el resto de personajes conforman un abanico completamente verosímil de cómo debe ser la vida entre rejas.
Desde luego, el trabajo más destacado y destacable es el de Luis Tosar en la piel de Malamadre, el único de todo el equipo al que podemos augurarle la más que merecida estatuilla goyesca. Muy difícil lo tendrían este año los académicos a la hora de encontrarle un rival a la altura. Pero las interpretaciones del resto de actores no se quedan atrás, configurando un reparto en el que ni siquiera chirrían los figurantes, algo bastante inaudito en las producciones de nuestro país. Pisando los talones de Tosar se encuentra un secundario memorable, el Releches al que da forma de manera magistral Luis Zahera. Sus esputos y su voz sedada por la droga serán difíciles de olvidar. Tampoco se queda atrás el desconocido Alberto Ammann, que asume el papel protagonista de forma muy eficaz.
El mérito de Monzón es incuestionable. Ha logrado equilibrar de forma efectiva los diferentes clímax del filme sin adormecer ni aturdir al espectador, si bien a la película le sobrarían treinta minutos de reiterada tensión. Pero sobre todo ha conseguido orquestar una cinta de acción sin que se le convierta en un motín como el que nos ha querido plasmar. La sobreactuación y la estridencia que tanto suelen aparecer en el cine de acción made in Spain, aquí jamás hacen acto de presencia. Solo falta saber si una producción efectiva, como en su día lo fue también REC en el ámbito del terror, logra salvar los prejuicios del menospreciado género de acción al que pertenece.
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