La sinopsis de También la lluvia puede provocar pereza. Un equipo de cine se traslada a Bolivia para rodar una película sobre el descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de Cristobal Colón, cuyo apellido, ironías del destino, encajaría perfectamente como etimología del término colonización. Una vez en tierras sudamericanas, el personal del filme se encuentra con un conflicto social por la privatización del agua que afectará a las previsiones de producción. El primer asunto ha sido mil veces tratado en la historia del cine y el segundo parece demasiado local como para suscitar el interés.
Sin embargo, la sinopsis no le hace justicia a También la lluvia. Enseguida nos damos cuenta que estos dos sucesos, a priori tan poco llamativos, no son un capricho del guión. El descubrimiento de las Américas por parte de Colón, capítulo ilustre en nuestros libros de historia, no fue un acontecimiento del que convenga vanagloriarse. El filme que los protagonistas pretenden rodar nos muestra el lado menos conocido de la invasión, ese en el que los españoles utilizan a los nativos como esclavos e imponen sin miramiento su propia ley.
En cuanto al hecho más aislado, el de la revuelta popular en una aldea boliviana para evitar que privaticen un elemento tan vital como el agua, termina convirtiéndose en una reflexión universal. Mientras en el hemisferio norte acatamos el recorte de derechos con una alarmante sumisión, en el sur el sentimiento de colectividad permanece arraigado. Su particular lucha y las consecuencias que acarreará al equipo de producción de una película española también sirven para remover nuestra conciencia. Y es que cinco siglos después de la conquista, el expolio salvaje ha ido dando paso a una explotación mucho más sutil pero igualmente humillante.
Icíar Bollaín, gracias al talento de Paul Laverty, el guionista de cabecera de Ken Loach, se aleja de su vertiente más intimista para abordar un proyecto mucho más ambicioso, no tanto a nivel de medios sino de mensajes. También la lluvia quiere golpear de lleno en nuestra mentalidad occidental, personificada en Luis Tosar. Él es el productor de una película cuyo único objetivo es abaratar costes y cumplir tiempos. Las reivindicaciones de los bolivianos son sólo un estorbo para sus planes. Hasta que aparece en escena una de las aportaciones más gozosas del filme, el actor boliviano Juan Carlos Aduviri.
Su rostro es el de la rebelión, el de la lucha por los derechos y la autosuficiencia, debatiéndose constantemente entre el interés individual y el colectivo y optando siempre por el segundo. Los encontronazos verbales entre su personaje y el de Luis Tosar son lo más interesante de la película. También las reflexiones del actor que tiene que encarnar a Colón, interpretado por Karra Elejalde, cuyas verdades son tan incómodas como certeras. No es casual que ambos estén nominados en los próximos Goyas. Son dignos secundarios de Tosar y Gael García Bernal.
Sin embargo, el círculo perfecto que Bollaín iba dibujando meticulosamente a lo largo de todo el metraje se cierra de manera un tanto imprecisa. Pase que los acontecimientos se vuelvan un poco forzados para argumentar el cambio de mentalidad del productor, pero lo que no cuela precisamente es su repentina humanidad. Los escrúpulos no surgen de manera tan precipitada y tajante. Esa fábula final es el único elemento que chirría en También la lluvia pero que no impide que estemos ante una de las mejores cintas que ha dado el cine español en esta insípida temporada.
Sin embargo, la sinopsis no le hace justicia a También la lluvia. Enseguida nos damos cuenta que estos dos sucesos, a priori tan poco llamativos, no son un capricho del guión. El descubrimiento de las Américas por parte de Colón, capítulo ilustre en nuestros libros de historia, no fue un acontecimiento del que convenga vanagloriarse. El filme que los protagonistas pretenden rodar nos muestra el lado menos conocido de la invasión, ese en el que los españoles utilizan a los nativos como esclavos e imponen sin miramiento su propia ley.
En cuanto al hecho más aislado, el de la revuelta popular en una aldea boliviana para evitar que privaticen un elemento tan vital como el agua, termina convirtiéndose en una reflexión universal. Mientras en el hemisferio norte acatamos el recorte de derechos con una alarmante sumisión, en el sur el sentimiento de colectividad permanece arraigado. Su particular lucha y las consecuencias que acarreará al equipo de producción de una película española también sirven para remover nuestra conciencia. Y es que cinco siglos después de la conquista, el expolio salvaje ha ido dando paso a una explotación mucho más sutil pero igualmente humillante.
Icíar Bollaín, gracias al talento de Paul Laverty, el guionista de cabecera de Ken Loach, se aleja de su vertiente más intimista para abordar un proyecto mucho más ambicioso, no tanto a nivel de medios sino de mensajes. También la lluvia quiere golpear de lleno en nuestra mentalidad occidental, personificada en Luis Tosar. Él es el productor de una película cuyo único objetivo es abaratar costes y cumplir tiempos. Las reivindicaciones de los bolivianos son sólo un estorbo para sus planes. Hasta que aparece en escena una de las aportaciones más gozosas del filme, el actor boliviano Juan Carlos Aduviri.
Su rostro es el de la rebelión, el de la lucha por los derechos y la autosuficiencia, debatiéndose constantemente entre el interés individual y el colectivo y optando siempre por el segundo. Los encontronazos verbales entre su personaje y el de Luis Tosar son lo más interesante de la película. También las reflexiones del actor que tiene que encarnar a Colón, interpretado por Karra Elejalde, cuyas verdades son tan incómodas como certeras. No es casual que ambos estén nominados en los próximos Goyas. Son dignos secundarios de Tosar y Gael García Bernal.
Sin embargo, el círculo perfecto que Bollaín iba dibujando meticulosamente a lo largo de todo el metraje se cierra de manera un tanto imprecisa. Pase que los acontecimientos se vuelvan un poco forzados para argumentar el cambio de mentalidad del productor, pero lo que no cuela precisamente es su repentina humanidad. Los escrúpulos no surgen de manera tan precipitada y tajante. Esa fábula final es el único elemento que chirría en También la lluvia pero que no impide que estemos ante una de las mejores cintas que ha dado el cine español en esta insípida temporada.
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