Hace unas semanas, se anunció que Sam Mendes renunciaba a dirigir la nueva entrega de la saga James Bond hasta que la Metro Goldwyn Mayer lograra recaudar el presupuesto necesario. Pero al parecer, los problemas financieros del estudio ya se han resuelto, y el director inglés podría retomar las riendas del agente 007. Entre un comunicado y otro, sin embargo, salió a la luz un nuevo proyecto para el realizador de American Beauty. Mendes nos dejaba con la incertidumbre de comprobar sus dotes como director del cine más comercial para embarcarse en la adaptación de la última novela de Ian McEwan, Chesil beach.
A la espera de comprobar cuál será finalmente el nuevo filme de Sam, si la entrega número 23 de la saga 007 o este anunciado proyecto, el caso es que para Chesil beach ya se ha barajado una firme candidata a protagonista: Carey Mulligan. Tras despuntar en An education, la exquisita actriz británica volvería así a un drama de época y se pondría de nuevo en la piel de una víctima de las convenciones sociales en la Inglaterra de los años 60. Sin duda, la mejor elección para el papel de Florence Ponting.
A diferencia de la Jenny de An education, la protagonista de Chesil beach ha claudicado ante las rígidas normas de su época. Florence se ha mantenido virgen hasta el matrimonio y, ahora, en plena noche de bodas, se horroriza ante el inevitable momento del coito. Hasta ese instante, su romance con Edward ha sido idílico. Su historia de amor ha sido hermosa y placentera. Salvo que en su interior le repugna la idea de un simple beso con lengua. Y precisamente la sociedad no espera de ella un ataque de sinceridad. La sumisión y el mutismo eran la clave para un buen matrimonio.
El relato de McEwan se desarrolla plenamente en esa luna de miel en un hotel en Chesil Beach. Aunque el autor nos detalla el pasado y el futuro de Florence y Edward, el grueso de la trama se centra en los conflictos interiores de ambos personajes ante el que será el momento decisivo y revelador de sus vidas. La novela es breve y su lectura se lleva a cabo en un suspiro. Y precisamente por eso, el gran reto de su adaptación al cine reside en alargar una historia corta a los estándares de un largometraje.
Mientras la lectura nos permite penetrar de lleno en los pensamientos de los protagonistas, la película lo tendrá un poco más difícil a la hora de reflejar la angustia interior de Florence ante el acto sexual al que se ha visto conducida por inercia social. Complicado también mostrar los cambios de humor de Edward al comprobar las reacciones de su reciente esposa. Muchos sentimientos reprimidos y muy poca acción visual, a diferencia de, por ejemplo, Revolutionary road, donde las peleas entre Frank y April eran constantes y abiertas.
Dónde seguramente la novela alcance en pantalla el auténtico clímax es en el diálogo final, cuando estallan por fin las confesiones y la historia discurre por derroteros imprevisibles. Promete ser una escena antológica, sobre todo porque el encargado de ejecutarla será un director experto en radiografiar (y criticar) la hipocresía occidental. Sam Mendes sumará así con Chesil beach un nuevo drama de denuncia social a su imponente filmografía. ¿Logrará superar la excelencia de Revolutionary road? Esperemos que Bond no nos impida comprobarlo.
A la espera de comprobar cuál será finalmente el nuevo filme de Sam, si la entrega número 23 de la saga 007 o este anunciado proyecto, el caso es que para Chesil beach ya se ha barajado una firme candidata a protagonista: Carey Mulligan. Tras despuntar en An education, la exquisita actriz británica volvería así a un drama de época y se pondría de nuevo en la piel de una víctima de las convenciones sociales en la Inglaterra de los años 60. Sin duda, la mejor elección para el papel de Florence Ponting.
A diferencia de la Jenny de An education, la protagonista de Chesil beach ha claudicado ante las rígidas normas de su época. Florence se ha mantenido virgen hasta el matrimonio y, ahora, en plena noche de bodas, se horroriza ante el inevitable momento del coito. Hasta ese instante, su romance con Edward ha sido idílico. Su historia de amor ha sido hermosa y placentera. Salvo que en su interior le repugna la idea de un simple beso con lengua. Y precisamente la sociedad no espera de ella un ataque de sinceridad. La sumisión y el mutismo eran la clave para un buen matrimonio.
El relato de McEwan se desarrolla plenamente en esa luna de miel en un hotel en Chesil Beach. Aunque el autor nos detalla el pasado y el futuro de Florence y Edward, el grueso de la trama se centra en los conflictos interiores de ambos personajes ante el que será el momento decisivo y revelador de sus vidas. La novela es breve y su lectura se lleva a cabo en un suspiro. Y precisamente por eso, el gran reto de su adaptación al cine reside en alargar una historia corta a los estándares de un largometraje.
Mientras la lectura nos permite penetrar de lleno en los pensamientos de los protagonistas, la película lo tendrá un poco más difícil a la hora de reflejar la angustia interior de Florence ante el acto sexual al que se ha visto conducida por inercia social. Complicado también mostrar los cambios de humor de Edward al comprobar las reacciones de su reciente esposa. Muchos sentimientos reprimidos y muy poca acción visual, a diferencia de, por ejemplo, Revolutionary road, donde las peleas entre Frank y April eran constantes y abiertas.
Dónde seguramente la novela alcance en pantalla el auténtico clímax es en el diálogo final, cuando estallan por fin las confesiones y la historia discurre por derroteros imprevisibles. Promete ser una escena antológica, sobre todo porque el encargado de ejecutarla será un director experto en radiografiar (y criticar) la hipocresía occidental. Sam Mendes sumará así con Chesil beach un nuevo drama de denuncia social a su imponente filmografía. ¿Logrará superar la excelencia de Revolutionary road? Esperemos que Bond no nos impida comprobarlo.
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