A escasos días de su estreno en España, conviene hacerse la pregunta: ¿Conseguirá Fernando Meirelles recrear la sórdida atmósfera que plantea Saramago en Ensayo sobre la ceguera? Sin duda, el reto era extremadamente complicado, y las primeras críticas apuntan hacia el estrepitoso fracaso, pero no olvidemos que el director brasileño ha contado con el beneplácito del premio Nobel de literatura que, al parecer, lloró de emoción tras el primer visionado de A ciegas.
Desde luego, el planteamiento de la novela de Saramago es plenamente efectista a nivel visual. Las primeras páginas del libro, en las que personas anónimas pierden de repente la visión para entrar en una ceguera blanca son de lo más impactante. El lector puede hacerse fácilmente una idea de cómo trasladar al cine la acción de un conductor que se queda ciego frente a un semáforo y de bien seguro que Meirelles no defraudará en ese sentido.
El problema llega después, cuando el gobierno decide recluir a los afectados por la posible epidemia en una especie de prisión en la que los acontecimientos derivan hacia el caos. El portugués retrata con absoluta minuciosidad y sin escrúpulos la degradación a la que todo ser humano puede sucumbir en estados de emergencia. Personas defecando en mitad de los pasillos, sin ninguna medida higiénica, fornicando como animales, matando por un trozo de pan, sobornando a cambio de violaciones…
De bien seguro que la realidad no diferiría demasiado de la ficción narrada por Saramago en su cruda novela. El hombre ya ha demostrado en demasiadas ocasiones de lo que es capaz cuando se descontrola. Pero falta por ver si Meirelles considera al espectador suficientemente preparado para afrontar imágenes tan duras. De momento, según sus propias declaraciones, ya ha tenido que suavizar algunos aspectos tras el visionado de una primera versión en la que parte de la platea salió huyendo despavorida. Si nos atenemos al libro, donde el relato se torna asfixiante, incómodamente realista, tales reacciones no son de extrañar.
El peso de la trama recae en la mujer del oftalmólogo (en la novela apenas se cita el nombre de ninguno de los personajes), la única que no ha perdido la visión, la única que contempla con sus ojos la barbarie, la que se siente más ciega aún que los demás. Además de esconder su peculiaridad ante el resto, por miedo a ser esclavizada, deberá enfrentarse a la incerteza sobre la durabilidad de su estado. Habrá que comprobar qué tal se desenvuelve Julianne Moore en un papel de gran importancia que requiere grandes dosis de expresividad y dramatismo.
También habrá que ver cómo se las ingenia Meirelles para trasladar a la gran pantalla el desenlace del relato. Un final reflexivo, que puede dar pie a diferentes interpretaciones, pero en el que debe quedar clara la idea de que todos vivimos, aunque veamos, en una permanente ceguera. Sabremos de esta manera si el filme se dirige más hacia la acción, que abunda también en el libro original, o hacia la reflexión, inherente en todas y cada una de las situaciones que plantea.
De momento, las que ya se han pronunciado en contra de la película son las asociaciones de ciegos. Consideran que el relato dibuja a los invidentes como seres malévolos y egoístas, sin entender que los juzgados no son los colectivos en concreto sino toda la sociedad en su conjunto. Saramago ya tuvo una lúcida respuesta para ellos: “La estupidez no distingue entre ciegos y no ciegos”. Esperemos al menos que esa estupidez que menciona no impregne la adaptación al cine de su obra más emblemática.
Desde luego, el planteamiento de la novela de Saramago es plenamente efectista a nivel visual. Las primeras páginas del libro, en las que personas anónimas pierden de repente la visión para entrar en una ceguera blanca son de lo más impactante. El lector puede hacerse fácilmente una idea de cómo trasladar al cine la acción de un conductor que se queda ciego frente a un semáforo y de bien seguro que Meirelles no defraudará en ese sentido.
El problema llega después, cuando el gobierno decide recluir a los afectados por la posible epidemia en una especie de prisión en la que los acontecimientos derivan hacia el caos. El portugués retrata con absoluta minuciosidad y sin escrúpulos la degradación a la que todo ser humano puede sucumbir en estados de emergencia. Personas defecando en mitad de los pasillos, sin ninguna medida higiénica, fornicando como animales, matando por un trozo de pan, sobornando a cambio de violaciones…
De bien seguro que la realidad no diferiría demasiado de la ficción narrada por Saramago en su cruda novela. El hombre ya ha demostrado en demasiadas ocasiones de lo que es capaz cuando se descontrola. Pero falta por ver si Meirelles considera al espectador suficientemente preparado para afrontar imágenes tan duras. De momento, según sus propias declaraciones, ya ha tenido que suavizar algunos aspectos tras el visionado de una primera versión en la que parte de la platea salió huyendo despavorida. Si nos atenemos al libro, donde el relato se torna asfixiante, incómodamente realista, tales reacciones no son de extrañar.
El peso de la trama recae en la mujer del oftalmólogo (en la novela apenas se cita el nombre de ninguno de los personajes), la única que no ha perdido la visión, la única que contempla con sus ojos la barbarie, la que se siente más ciega aún que los demás. Además de esconder su peculiaridad ante el resto, por miedo a ser esclavizada, deberá enfrentarse a la incerteza sobre la durabilidad de su estado. Habrá que comprobar qué tal se desenvuelve Julianne Moore en un papel de gran importancia que requiere grandes dosis de expresividad y dramatismo.
También habrá que ver cómo se las ingenia Meirelles para trasladar a la gran pantalla el desenlace del relato. Un final reflexivo, que puede dar pie a diferentes interpretaciones, pero en el que debe quedar clara la idea de que todos vivimos, aunque veamos, en una permanente ceguera. Sabremos de esta manera si el filme se dirige más hacia la acción, que abunda también en el libro original, o hacia la reflexión, inherente en todas y cada una de las situaciones que plantea.
De momento, las que ya se han pronunciado en contra de la película son las asociaciones de ciegos. Consideran que el relato dibuja a los invidentes como seres malévolos y egoístas, sin entender que los juzgados no son los colectivos en concreto sino toda la sociedad en su conjunto. Saramago ya tuvo una lúcida respuesta para ellos: “La estupidez no distingue entre ciegos y no ciegos”. Esperemos al menos que esa estupidez que menciona no impregne la adaptación al cine de su obra más emblemática.
Comentarios
Te cuento que "Blindness" llegó a mi país hace mucho tiempo, yo ya la vi.
Tiene cosas buenas y malas, creo que es mejor analizar al libro y la película como dos entes independientes.
Creo que podría gustarte en cierta medida la película, a mí, personalmente, me gustó y disgustó a partes iguales. Julianne Moore es realmente estupenda, su energía dramática está bien canalizada en el rol de una mujer fuerte y determinada (lo mejor de la peli, de lejos).
Me encantaría que veas la peli para luego comentarla por mail.
Saludos,