Casi al mismo tiempo que el estreno de la nueva película de Woody Allen, se publica el libro Odio Barcelona (editorial Melusina), en el que doce autores locales resumen con sarcasmo lo que a su juicio está suponiendo una progresiva tematización de la capital catalana. No es casual esta coincidencia de fechas. Vicky Cristina Barcelona bien podría ser un capítulo más de esta irreverente obra, otra muestra de hasta qué punto la ciudad está encantada de conocerse a sí misma.
Mientras se suceden en la pantalla imágenes idílicas de la ciudad, en las que es posible pasear en bicicleta como si de Amsterdam se tratara o en las que las prostitutas sonríen a cámara sin temor al guardia urbano o al proxeneta de turno, el ciudadano de a pie tiene que apechugar con el cinismo del departamento de turismo del Ayuntamiento de Barcelona. Es evidente que la ciudad es preciosa, moderna e intercultural, pero ni turistas ni locales compartirán de bien seguro esa imagen de postal que obvia la construcción desaforada, el abuso, la suciedad, el conflicto étnico o la evidente falta de infraestructuras.
Más allá de esa imagen de marca que la película de Woody Allen quiere potenciar, suponemos que con un abultado cheque de por medio, la historia que narra el triángulo amoroso, luego convertido en cuadrado, entre dos turistas norteamericanas y un bohemio pintor español es poco más que simple. La sucesión de diálogos interminables entre los protagonistas esconde una absoluta vaciedad de contenido, así como la improvisación con la que seguramente fue ideando su guión el director neoyorquino.
Como el único requisito del convenio era el de promocionar Barcelona, Allen decidió no exprimirse demasiado el cerebro. Con un entorno tan amable como el de la ciudad condal, unos actores de semejante talla y una cuota de público ya ganada de antemano, ¿para qué esforzarse en diseñar una trama mínimamente interesante? ¿Para qué, si hasta la machacona canción de ‘Barcelona’ le cayó directamente desde el cielo a su habitación del hotel Arts?
Sin embargo, aunque la historia no sea precisamente para tirar cohetes, Vicky Cristina Barcelona contiene algunos elementos que la convierten en aceptable. Uno de ellos provoca que la cinta incluso roce la excelencia, y no es otro que la aparición en escena de María Elena, la exnovia del pintor al que da vida Javier Bardem. Penélope Cruz provoca por primera vez carcajada limpia en el espectador, gracias a ese regalo en forma de diálogos ingeniosos que le brinda Woody Allen. Su conversación con Scarlett Johansson sobre el idioma chino no tiene desperdicio y puede considerarse como la mejor escena del filme.
Aunque su papel es secundario, se convierte en el más indispensable de la película, si bien Johansson y, en mayor medida, Rebecca Hall, encarnan a la perfección el arrebato y la prudencia de sus respectivos personajes. Juan Antonio, en cambio, no parece un caramelo demasiado dulce para un actor de la talla de Javier Bardem, que no ha sabido desmarcarse del tópico de machote ibérico al que le ha destinado el guión de la película. A destacar también la indispensable y tan publicitada aportación de Lloll Bertrán y Joel Joan. Ahora ya podrán decir a sus hijos, con el botón de ‘Pause’ entre manos, que ellos participaron en un filme de Woody Allen.
Vicky Cristina Barcelona, en definitiva, viene a satisfacer a aquéllos que desembolsaron la pasta. El cartel de la película les ha servido de excusa para promocionar la ciudad más allá de sus fronteras (con anuncio a toda página en The New York Times), el continente ha pesado en el filme bastante más que el contenido y todos los esfuerzos por traer al astro en horas bajas han obtenido su respuesta en taquilla. Gritemos todos juntos, ¡visca Barcelona!
Mientras se suceden en la pantalla imágenes idílicas de la ciudad, en las que es posible pasear en bicicleta como si de Amsterdam se tratara o en las que las prostitutas sonríen a cámara sin temor al guardia urbano o al proxeneta de turno, el ciudadano de a pie tiene que apechugar con el cinismo del departamento de turismo del Ayuntamiento de Barcelona. Es evidente que la ciudad es preciosa, moderna e intercultural, pero ni turistas ni locales compartirán de bien seguro esa imagen de postal que obvia la construcción desaforada, el abuso, la suciedad, el conflicto étnico o la evidente falta de infraestructuras.
Más allá de esa imagen de marca que la película de Woody Allen quiere potenciar, suponemos que con un abultado cheque de por medio, la historia que narra el triángulo amoroso, luego convertido en cuadrado, entre dos turistas norteamericanas y un bohemio pintor español es poco más que simple. La sucesión de diálogos interminables entre los protagonistas esconde una absoluta vaciedad de contenido, así como la improvisación con la que seguramente fue ideando su guión el director neoyorquino.
Como el único requisito del convenio era el de promocionar Barcelona, Allen decidió no exprimirse demasiado el cerebro. Con un entorno tan amable como el de la ciudad condal, unos actores de semejante talla y una cuota de público ya ganada de antemano, ¿para qué esforzarse en diseñar una trama mínimamente interesante? ¿Para qué, si hasta la machacona canción de ‘Barcelona’ le cayó directamente desde el cielo a su habitación del hotel Arts?
Sin embargo, aunque la historia no sea precisamente para tirar cohetes, Vicky Cristina Barcelona contiene algunos elementos que la convierten en aceptable. Uno de ellos provoca que la cinta incluso roce la excelencia, y no es otro que la aparición en escena de María Elena, la exnovia del pintor al que da vida Javier Bardem. Penélope Cruz provoca por primera vez carcajada limpia en el espectador, gracias a ese regalo en forma de diálogos ingeniosos que le brinda Woody Allen. Su conversación con Scarlett Johansson sobre el idioma chino no tiene desperdicio y puede considerarse como la mejor escena del filme.
Aunque su papel es secundario, se convierte en el más indispensable de la película, si bien Johansson y, en mayor medida, Rebecca Hall, encarnan a la perfección el arrebato y la prudencia de sus respectivos personajes. Juan Antonio, en cambio, no parece un caramelo demasiado dulce para un actor de la talla de Javier Bardem, que no ha sabido desmarcarse del tópico de machote ibérico al que le ha destinado el guión de la película. A destacar también la indispensable y tan publicitada aportación de Lloll Bertrán y Joel Joan. Ahora ya podrán decir a sus hijos, con el botón de ‘Pause’ entre manos, que ellos participaron en un filme de Woody Allen.
Vicky Cristina Barcelona, en definitiva, viene a satisfacer a aquéllos que desembolsaron la pasta. El cartel de la película les ha servido de excusa para promocionar la ciudad más allá de sus fronteras (con anuncio a toda página en The New York Times), el continente ha pesado en el filme bastante más que el contenido y todos los esfuerzos por traer al astro en horas bajas han obtenido su respuesta en taquilla. Gritemos todos juntos, ¡visca Barcelona!
Comentarios
Me handicho q PE borda el papel, no? y bardem hace un poco el papel de Jamon jamon.. una pena, con lo gran actor q es.. la quiero ver,a ver si puedo.
me ha gustado esta critica ;)