Hubo un tiempo en el que el matrimonio se forjaba en la distancia, con los títulos nobiliarios, las credenciales económicas y la pintura como únicos requisitos para el compromiso. Desde nuestra era de la imagen y la inmediatez, sorprende pensar que nuestros antepasados se sirvieran de una sola imagen, pintada a mano, para sellar un contrato de por vida. Ahora, que no damos un paso sin antes haber rastreado todas las fotos en redes sociales de nuestros futuros pretendientes. De ese punto de partida nace Retrato de una mujer en llamas . El de una artista en el siglo XVIII que recibe el encargo de pintar el retrato de bodas de una joven que no quiere casarse. Por ello, debe hacerlo a escondidas, observando su rostro a hurtadillas. De esa intimidad, de los paseos diarios al borde de los acantilados, de conversaciones a distancia corta y de profundas miradas, surge el amor prohibido. Y lo hace con la tranquilidad que a veces provoca saber que no hay mayor conflicto que el destino imp...
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