Hacía tiempo que una serie no despertaba tanta expectación, seguramente por encima de las expectativas de su creador, Nic Pizzolatto (guionista de The Killing), y de la propia HBO, que ha visto como True Detective se ha convertido de repente en uno de los grandes éxitos de su historia. Tan apabullante ha sido la reacción de la audiencia, plagada de teorías, referencias e incluso sátiras, que podía preverse el desencanto entre algunos de sus seguidores tras el final del pasado domingo. ¿Culpa de una ficción a la que los anzuelos se le han ido de las manos o culpa de un público con tendencia a la paranoia?
Tras el capítulo que cierra la primera temporada y la trama de Rust y Marty no cabe duda que han sido los espectadores los que han dejado volar demasiado su imaginación. Aunque es evidente que Pizzolatto ha fomentado las dobles interpretaciones con referencias que finalmente no han tenido ningún peso en la conclusión, creando incluso una serie paralela al gusto de cada consumidor, está claro que el guionista no ha engañado, al menos deliberadamente, a su audiencia (algo de lo que no pueden presumir, por ejemplo, los creadores de Lost).
De True Detective interesaban dos cuestiones: la resolución del caso Dora Lange y, principalmente, la evolución de sus protagonistas. Porque si algo ha fascinado, por encima incluso de la trama policial, es la extraña relación entre dos agentes antagónicos condenados a entenderse. Más allá de sus pesquisas, que por momentos incluso llegaban a ser pretendidamente confusas, el auténtico reclamo de la serie se producía en el interior de un coche, entre dos hombres con visiones del mundo radicalmente opuestas.
Era imposible que una producción de ocho capítulos, que sabíamos además autoconclusiva, resolviera semejante cantidad de enigmas, algunos incluso delirantes. El propio ritmo de la serie así nos lo indicaba. No fue hasta el cuarto capítulo que la historia sufrió un acelerón con aquel memorable plano secuencia. Y no fue hasta el siguiente episodio cuando vivimos el clímax más álgido de la trama, cuando Marty le revienta los sesos a Ledoux. ¿De verdad queríamos un final con giro inesperado (e inverosímil) que echara por tierra la esencia de True Detective?
La coherencia ha marcado un desenlace que para los aventurados resultará convencional pero que en realidad ha sido apoteósico. Las escenas en esos recónditos y sórdidos parajes de Louisiana dónde se refugiaba finalmente el rey amarillo son dignas de los mejores thrillers, desde Seven a El silencio de los corderos, en especial la última incursión por los laberínticos pasillos de ese fuerte abandonado, mezcla perfecta de terror, suspense y acción.
Pero los títulos de crédito de una serie como True Detective no podían llegar justo después de las luces y sirenas de los coches policiales. Demostrando un enorme respeto por sus personajes, Pizzolatto reserva las últimas secuencias a Rust y Marty, que entre trascendentales diálogos sobre la luz y la oscuridad, lo que en realidad estaban reclamando es su merecido lugar entre las estrellas de Hollywood. Tanto McConaughey como Harrelson han logrado dignificar, no sólo sus carreras, sino una serie que lo tendrá muy difícil para superarse.
Mientras esperamos el nuevo caso, True Detective nos deja por el momento un reguero de locura, de personajes maníacos, una antología de grandes reflexiones, sobre el hombre, la religión, la vida y la muerte. Un ejemplo de narrativa, jugando a tres tiempos, y de fotografía, de planos aéreos, travellings circulares. Un plano secuencia y una banda sonora. Y una música de cabecera con la que consolarnos durantes estos largos meses de espera.
Tras el capítulo que cierra la primera temporada y la trama de Rust y Marty no cabe duda que han sido los espectadores los que han dejado volar demasiado su imaginación. Aunque es evidente que Pizzolatto ha fomentado las dobles interpretaciones con referencias que finalmente no han tenido ningún peso en la conclusión, creando incluso una serie paralela al gusto de cada consumidor, está claro que el guionista no ha engañado, al menos deliberadamente, a su audiencia (algo de lo que no pueden presumir, por ejemplo, los creadores de Lost).
De True Detective interesaban dos cuestiones: la resolución del caso Dora Lange y, principalmente, la evolución de sus protagonistas. Porque si algo ha fascinado, por encima incluso de la trama policial, es la extraña relación entre dos agentes antagónicos condenados a entenderse. Más allá de sus pesquisas, que por momentos incluso llegaban a ser pretendidamente confusas, el auténtico reclamo de la serie se producía en el interior de un coche, entre dos hombres con visiones del mundo radicalmente opuestas.
Era imposible que una producción de ocho capítulos, que sabíamos además autoconclusiva, resolviera semejante cantidad de enigmas, algunos incluso delirantes. El propio ritmo de la serie así nos lo indicaba. No fue hasta el cuarto capítulo que la historia sufrió un acelerón con aquel memorable plano secuencia. Y no fue hasta el siguiente episodio cuando vivimos el clímax más álgido de la trama, cuando Marty le revienta los sesos a Ledoux. ¿De verdad queríamos un final con giro inesperado (e inverosímil) que echara por tierra la esencia de True Detective?
La coherencia ha marcado un desenlace que para los aventurados resultará convencional pero que en realidad ha sido apoteósico. Las escenas en esos recónditos y sórdidos parajes de Louisiana dónde se refugiaba finalmente el rey amarillo son dignas de los mejores thrillers, desde Seven a El silencio de los corderos, en especial la última incursión por los laberínticos pasillos de ese fuerte abandonado, mezcla perfecta de terror, suspense y acción.
Pero los títulos de crédito de una serie como True Detective no podían llegar justo después de las luces y sirenas de los coches policiales. Demostrando un enorme respeto por sus personajes, Pizzolatto reserva las últimas secuencias a Rust y Marty, que entre trascendentales diálogos sobre la luz y la oscuridad, lo que en realidad estaban reclamando es su merecido lugar entre las estrellas de Hollywood. Tanto McConaughey como Harrelson han logrado dignificar, no sólo sus carreras, sino una serie que lo tendrá muy difícil para superarse.
Mientras esperamos el nuevo caso, True Detective nos deja por el momento un reguero de locura, de personajes maníacos, una antología de grandes reflexiones, sobre el hombre, la religión, la vida y la muerte. Un ejemplo de narrativa, jugando a tres tiempos, y de fotografía, de planos aéreos, travellings circulares. Un plano secuencia y una banda sonora. Y una música de cabecera con la que consolarnos durantes estos largos meses de espera.
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