Señora, que atisbas desde tu lado del sofá cómo va aumentando el tamaño de la barriga de tu marido mientras apenas quita el ojo del televisor. Sufrida esposa que cargas con todas las tareas de ese hogar que nació de la ilusión y muere de monotonía. No sufras más en silencio. Jason Reitman ha creado el hombre ideal para ti. Su nombre es Frank y aunque acaba de escaparse de prisión, no hay de qué preocuparse. Es la mezcla perfecta de chico malo y esposo ideal, que tan pronto te cambia la rueda del coche como te prepara una buena tarta de melocotones. Apuesto, atento, cariñoso, padrazo. El tipo con el que cualquiera se fugaría al otro lado del mundo.
Este arquetipo de marido perfecto es el gancho con el que Reitman ha querido ganarse el afecto de un supuesto público femenino, el que debería babear con esta historia de amor entre una mujer divorciada con depresión y un ex convicto, mientras el resto de la platea, crítica incluida, lapida a Una vida en tres días con acusaciones de lacrimógena, sensiblera e incluso paródica. No hay que ocultar que la última cinta del director de Up in the air y Juno es un telefilme de sofá, un cambio brusco de viraje en la prometedora carrera del director, pero tampoco hay motivos para el ensañamiento. Tiene más elementos para el aprobado que para el suspenso.
Los cinco días que Adele y Frank pasan juntos (sí, son cinco y no tres, señores de la distribuidora española), desde que ella y su hijo son amenazados en el supermercado hasta el desenlace, se van narrando con parsimonia pero con sentido del ritmo, con los suficientes momentos de tensión para mantener la atención del espectador. La historia de amor se va fraguando de forma bastante creíble, sobre todo por la infalible labor de Josh Brolin y Kate Winslet, fantástica como siempre en su papel de mujer madura medio perturbada y sudorosa. Incluso la tan criticada escena de los melocotones tampoco resulta un despropósito, ni mucho menos una copia descarada de Ghost (¿Dónde está el protagonismo de la música? ¿Acaso eran tres modelando la arcilla?).
El problema viene cuando parte de la trama se ve venir de forma descarada, de la misma manera que en un culebrón uno puede anticiparse al futuro de los personajes. El ejemplo más claro es esa amiga díscola del hijo adolescente de Adele. Su aparición y sus diálogos están incrustados con calzador para sembrar la discordia en el seno del maravilloso triángulo familiar. El propio chaval es un personaje mal planteado y desarrollado, no sólo por la descafeinada actuación del actor sino por su escasa implicación en la historia, que podría haber sumado muchos enteros con la tan poco explotada tensión entre hijo y padre adoptivo.
En todo caso, ¿merece la pena una visita al cine para ver Una vida en tres días? Quizá con un visionado de sobremesa desde la butaca de casa sea suficiente. Pero tampoco supondrá una pérdida de tiempo. Para los seguidores de Kate Winslet es prácticamente obligatorio. Para el resto, aunque sólo sea por los instantes de tensión, ya merecerá la pena. Y para ti, señora desencantada con tu matrimonio, será una auténtica válvula de escape. Paga tu entrada, acomódate y, como dirían en la lotería, pon tus sueños a volar.
Este arquetipo de marido perfecto es el gancho con el que Reitman ha querido ganarse el afecto de un supuesto público femenino, el que debería babear con esta historia de amor entre una mujer divorciada con depresión y un ex convicto, mientras el resto de la platea, crítica incluida, lapida a Una vida en tres días con acusaciones de lacrimógena, sensiblera e incluso paródica. No hay que ocultar que la última cinta del director de Up in the air y Juno es un telefilme de sofá, un cambio brusco de viraje en la prometedora carrera del director, pero tampoco hay motivos para el ensañamiento. Tiene más elementos para el aprobado que para el suspenso.
Los cinco días que Adele y Frank pasan juntos (sí, son cinco y no tres, señores de la distribuidora española), desde que ella y su hijo son amenazados en el supermercado hasta el desenlace, se van narrando con parsimonia pero con sentido del ritmo, con los suficientes momentos de tensión para mantener la atención del espectador. La historia de amor se va fraguando de forma bastante creíble, sobre todo por la infalible labor de Josh Brolin y Kate Winslet, fantástica como siempre en su papel de mujer madura medio perturbada y sudorosa. Incluso la tan criticada escena de los melocotones tampoco resulta un despropósito, ni mucho menos una copia descarada de Ghost (¿Dónde está el protagonismo de la música? ¿Acaso eran tres modelando la arcilla?).
El problema viene cuando parte de la trama se ve venir de forma descarada, de la misma manera que en un culebrón uno puede anticiparse al futuro de los personajes. El ejemplo más claro es esa amiga díscola del hijo adolescente de Adele. Su aparición y sus diálogos están incrustados con calzador para sembrar la discordia en el seno del maravilloso triángulo familiar. El propio chaval es un personaje mal planteado y desarrollado, no sólo por la descafeinada actuación del actor sino por su escasa implicación en la historia, que podría haber sumado muchos enteros con la tan poco explotada tensión entre hijo y padre adoptivo.
En todo caso, ¿merece la pena una visita al cine para ver Una vida en tres días? Quizá con un visionado de sobremesa desde la butaca de casa sea suficiente. Pero tampoco supondrá una pérdida de tiempo. Para los seguidores de Kate Winslet es prácticamente obligatorio. Para el resto, aunque sólo sea por los instantes de tensión, ya merecerá la pena. Y para ti, señora desencantada con tu matrimonio, será una auténtica válvula de escape. Paga tu entrada, acomódate y, como dirían en la lotería, pon tus sueños a volar.
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