¿Entenderíamos que un biopic sobre Adolfo Suárez, primer presidente español tras la dictadura de Franco, se detuviera más de 10 minutos en su conocida enfermedad neurodegenerativa? Además de calificarla de mal gusto, la posible adaptación cinematográfica se consideraría inmediatamente inválida, por centrar la atención en los últimos años de un personaje cuya trascendencia histórica se remonta a la mediana edad.
Algo parecido es lo que ha sufrido Margaret Thatcher con La dama de hierro, una ambiciosa producción sobre la vida de la exprimera ministra británica que decide utilizar su delicada situación actual como hilo conductor de la trama. Parece que la directora sólo ha encontrado en sus últimos días la manera de humanizar a uno de los personajes más odiados de la historia reciente, mostrando la etapa más frágil y vulnerable de cualquier ser humano. ¿Lo consigue? La estrategia puede que infunda lástima en algún espectador pero lo que seguro genera en la gran mayoría es hartazgo.
La fórmula de retroceder al pasado desde la vejez para explicar una biografía está tan manida que cualquier guionista debería esquivarla. Sin embargo, es recurrente evitar la narración lineal con interrupciones constantes. A veces tienen un valor añadido, como en Titanic, y otras tantas sólo sirven para entorpecer la trama interesante, como es el caso de La dama de hierro. El filme centra tanto interés en el presente que incluso parece que son los flashbacks los que obstruyen el argumento central. Y hasta ahí podíamos llegar.
La cinta ha recibido durísimas críticas por abordar de soslayo los capítulos más espinosos de Thatcher, como su implacable insistencia en la Guerra de las Malvinas o la entente con Ronald Reagan que abriría la veda hacia un capitalismo salvaje. Es cierto. De la contienda nos queda la imagen de una compungida gobernanta enviando misivas a las viudas de guerra y con Reagan sólo la vemos marcándose el famoso baile.
Aún así, la película tampoco termina despertando ninguna simpatía hacia la dama de hierro, una vez fracasada la estrategia de la tercera edad. Al final, y leyendo entre líneas, aparece como una mujer ambiciosa, que se casó por interés, con ningún apego hacia sus hijos y que si por algo se hizo un hueco en un mundo de hombres es por comportarse con la misma arrogancia e intransigencia que ellos.
Paradójicamente, aunque la cinta dedique buena parte del metraje a la etapa final de Thatcher, otro de sus grandes pecados es la ambición por abarcar todas las etapas de la vida de Maggie. Desde su juventud como dependienta en la tienda de sus padres hasta el abandono de Downing Street. Separar el grano de la paja es uno de los ejercicios más complicados en todo biopic. ¿Realmente es necesario contarlo todo? ¿Hasta qué punto interesa la juventud de esta mujer? Frost contra Nixon, por poner sólo un ejemplo, retrató mejor al expresidente estadounidense mediante un episodio concreto que copando todas las etapas de su biografía. Y cada minuto resultaba apasionante.
¿Qué queda entonces por resaltar en La dama de hierro? Es evidente. La aportación de una Meryl Streep que asimila sin pestañear un personaje que supondría la tumba de cualquier otra actriz. La insistencia por la vejez de la dama de hierro sólo tiene un aliciente, además de la impresionante caracterización. Streep demuestra que es posible interpretar a una persona mayor sin caer en lo cómico. Restriega así su amplitud de registros, interpretando a dos Thatchers diferentes, a cada cual más apabullante. ¿Puede un talento de Oscar salvar un filme mediocre? Es probable que no, pero al menos justifica el desembolso de una entrada de cine.
Algo parecido es lo que ha sufrido Margaret Thatcher con La dama de hierro, una ambiciosa producción sobre la vida de la exprimera ministra británica que decide utilizar su delicada situación actual como hilo conductor de la trama. Parece que la directora sólo ha encontrado en sus últimos días la manera de humanizar a uno de los personajes más odiados de la historia reciente, mostrando la etapa más frágil y vulnerable de cualquier ser humano. ¿Lo consigue? La estrategia puede que infunda lástima en algún espectador pero lo que seguro genera en la gran mayoría es hartazgo.
La fórmula de retroceder al pasado desde la vejez para explicar una biografía está tan manida que cualquier guionista debería esquivarla. Sin embargo, es recurrente evitar la narración lineal con interrupciones constantes. A veces tienen un valor añadido, como en Titanic, y otras tantas sólo sirven para entorpecer la trama interesante, como es el caso de La dama de hierro. El filme centra tanto interés en el presente que incluso parece que son los flashbacks los que obstruyen el argumento central. Y hasta ahí podíamos llegar.
La cinta ha recibido durísimas críticas por abordar de soslayo los capítulos más espinosos de Thatcher, como su implacable insistencia en la Guerra de las Malvinas o la entente con Ronald Reagan que abriría la veda hacia un capitalismo salvaje. Es cierto. De la contienda nos queda la imagen de una compungida gobernanta enviando misivas a las viudas de guerra y con Reagan sólo la vemos marcándose el famoso baile.
Aún así, la película tampoco termina despertando ninguna simpatía hacia la dama de hierro, una vez fracasada la estrategia de la tercera edad. Al final, y leyendo entre líneas, aparece como una mujer ambiciosa, que se casó por interés, con ningún apego hacia sus hijos y que si por algo se hizo un hueco en un mundo de hombres es por comportarse con la misma arrogancia e intransigencia que ellos.
Paradójicamente, aunque la cinta dedique buena parte del metraje a la etapa final de Thatcher, otro de sus grandes pecados es la ambición por abarcar todas las etapas de la vida de Maggie. Desde su juventud como dependienta en la tienda de sus padres hasta el abandono de Downing Street. Separar el grano de la paja es uno de los ejercicios más complicados en todo biopic. ¿Realmente es necesario contarlo todo? ¿Hasta qué punto interesa la juventud de esta mujer? Frost contra Nixon, por poner sólo un ejemplo, retrató mejor al expresidente estadounidense mediante un episodio concreto que copando todas las etapas de su biografía. Y cada minuto resultaba apasionante.
¿Qué queda entonces por resaltar en La dama de hierro? Es evidente. La aportación de una Meryl Streep que asimila sin pestañear un personaje que supondría la tumba de cualquier otra actriz. La insistencia por la vejez de la dama de hierro sólo tiene un aliciente, además de la impresionante caracterización. Streep demuestra que es posible interpretar a una persona mayor sin caer en lo cómico. Restriega así su amplitud de registros, interpretando a dos Thatchers diferentes, a cada cual más apabullante. ¿Puede un talento de Oscar salvar un filme mediocre? Es probable que no, pero al menos justifica el desembolso de una entrada de cine.
Comentarios
A parte de esto está la impresionante Meryl que cada ver es mejor actriz y aquí lo demuestra con creces.
Ella es el único motivo por el que la película merece mencionarse.
Saludos.
Meryl se llevará el oscar. Y no sé si alegrarme, porque todavía tengo que ver si Glenn Close me gusta más en Albert Nobbs.