No era tarea fácil. Adaptar un libro con un enfoque narrativo como el de El niño con el pijama de rayas a la gran pantalla ya suponía de antemano renunciar a algunos de los aspectos que hacen brillar a la novela. La mirada inocente de un chiquillo de ocho años que tantas sorpresas nos depara en la lectura era imposible de trasladar a la imagen y a su poder de explicitud. El primer plano de la película, por ejemplo, es el de una bandera nazi ondeando a lo alto de una plaza berlinense, contexto que en el libro no se nos desvela hasta bien avanzada la trama. Gran parte de la magia de la novela se pierde, por tanto, por el camino. La elección de un director casi novel como Mark Herman, con siete películas a sus espaldas y casi ninguna de ellas conocida, tampoco parece la opción más acertada para repetir en taquilla el éxito de ventas de un best-seller como El niño con el pijama de rayas . Aunque un nombre con más reconocimiento no siempre equivale a mayor calidad (véase el caso de Ron H
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