Hemos visto la imagen centenares de veces. Agricultores lanzando toneladas de fruta ante grandes cadenas de distribución para denunciar que pierden dinero con las cantidades ridículas que reciben a cambio de su esfuerzo. 15 céntimos por quilo. Parece mentira que sigan existiendo supervivientes que aún no lancen la toalla. Detrás de esos tractores y de toda esa fruta vertida existen familias que llevan generaciones viviendo del campo, personas que asisten atónitas a las contradicciones del progreso. Y sobre ellas ha querido centrar su segunda película Clara Simón, tras aquella Verano 1993 que también rezumaba nostalgia por los cuatro costados. La denuncia de un sector que se asfixia por las fauces del capitalismo salvaje se consigue precisamente poniéndole rostro a los damnificados. Y no cualquier rostro. El gran acierto de Alcarràs ha sido contar con un plantel de actores no profesionales que parecen justo lo contrario. Porque por mucho que un intérprete del método t...
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