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LA BATALLA DE LOS SEXOS | Reivindicación amable

Marcó un antes y un después. El partido que enfrentó a Bobby Riggs y Billie Jean King en 1973 golpeó el orgullo de aquellos que manifestaban impunemente su machismo y cambió las reglas de juego en el mundo del tenis. Pero sólo sobre la pista. Más de 40 años después, la brecha entre hombres y mujeres sigue intacta y las manifestaciones contra las capacidades físicas e intelectuales de la mujer se amagan de forma sutil, tras el escudo de la corrección política. En plena denuncia global del acoso sexual en la industria de Hollywood, llega La batalla de los sexos, para recordarnos que la contienda sigue lejos de estar resuelta.

No es su principal cometido, la reivindicación, pero sí su primer efecto. Más allá de grandilocuentes discursos, el matrimonio formado por Jonathan Dayton y Valerie Faris opta por un tono amable, de costumbrismo cómico, muy parecido al que lograron once años atrás con Pequeña Miss Sunshine. Son expertos en recrear relaciones de grupo, en transmitir la atmósfera de compañerismo que sólo consigue un objetivo común. Y si en aquella ocasión era la obsesión de una aspirante a lolita por participar en un certamen de belleza, esta vez lo que está en juego es la dignidad de todas las mujeres. Objetivos diametralmente opuestos pero con semejante tratamiento.

De ahí que los que esperaban un carácter marcadamente de denuncia quizá se sientan un poco decepcionados por el retrato caricaturesco de algunos de sus personajes. Es el caso del propio Bobby Riggs, que en la piel de Steve Carell puede parecer esperpéntico pero que, vistas las imágenes reales del tenista, resulta de lo más acertado. Lo más parecido al binomio Alec Baldwin-Donald Trump, una conjunción de realidad y ficción difícil de diferenciar. En el lado opuesto, pero igualmente efectiva, encontramos la interpretación de Emma Stone, mucho más comedida, variopinta y rica en matices de lo que nos tiene acostumbrados. Con Billie Jean King, y tras Birdman y La, la, land, la actriz se sitúa en el punto más álgido de su carrera.

Sin una voluntad reivindicativa claramente marcada, La batalla de los sexos tampoco juega la baza que emplean las películas de deportes con un componente de superación. Que nadie espere una especie de Rush sobre hierba con apoteósico duelo final. La inevitable emoción del desenlace viene más marcada por su simbolismo. Una primera y sonora batalla conquistada que el personaje gay de Alan Cumming se encarga de matizar. Quedan muchas otras luchas por las que batallar.

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