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Como el que más

Ahora mismo debo ser el peor catalán del mundo. No me movilizo por la independencia, me enerva la sonrisa arrogante de Artur Mas, dejé de ver TV3 con la salida de Julia Otero y no, no he leído Mecanoscrit del segon origen. Todavía no sé cómo logré saltarme una lectura obligada de nuestro sistema educativo, pero el caso es que hoy, vista su inefable adaptación cinematográfica, me cuestiono si es realmente necesario hacer pasar por semejante trance a los alumnos de toda Catalunya. Porque flaco favor le hace a Manuel de Pedrolo una película que convierte su texto, no sé si brillante o no, en un folletín postapocalíptico que supura por todos lados sus ocho años de orfandad y de mano en mano.

Como ocurriera con Bruc, la cultura catalana todavía no ha sabido realizar su traslado a la gran pantalla de manera exitosa. Y los errores nuevamente vuelven a producirse en aspectos aparentemente tan sencillos como el casting. ¿A quién se le ocurrió que Juan José Ballesta era el mejor representante para encarnar al mítico tamborilero? Lo mismo cabría preguntarse del que decidió que una actriz británica que no entiende ni papa de catalán llevara todo el peso de una película como Segon origen.

Sorprende que un cazatalentos como Bigas Luna, descubridor de Verónica Echegui, de Penélope Cruz, ¡de Javier Bardem!, resbalara de tal forma con la selección de Rachel Hurd-Wood, cuyo acento entorpece por completo unos diálogos que sólo lograrían comprenderse con la ayuda de subtítulos. Pero sorprende todavía más que tantos otros que han supervisado el proyecto tras la fatídica muerte del director obviaran un factor tan determinante. Y que encima terminaran de hundirlo con un coprotagonista que en sus dos vertientes, sobre todo la infantil, resulta tan poco creíble que incluso han tenido que echar mano del doblaje (para que luego digan de estos excelentes profesionales).

La historia de amor entre una profesora de inglés y su jovencísimo pupilo en una Catalunya devastada y deshabitada tras una hecatombe mundial no está lo suficientemente desarrollada. Por muchos momentos de intimidad, por mucho empeño en explotar la preciosa banda sonora, el proceso de enamoramiento de los protagonistas al final se basa más en unos perfectos abdominales y en unos suntuosos pechos que en mayores sentimientos que justifiquen el drama posterior.

Como el argumento contiene tan poca sustancia, la producción ha recurrido a ambiciosos efectos especiales para reproducir una Barcelona asolada tras el apocalipsis. Imágenes poderosas que aseguran su impacto internacional, no por la presencia de la Sagrada Familia o de la torre Agbar, sino por un Camp Nou incrustado en la trama con calzador. Casi tanto como la estrella de La Caixa. Dicen que los efectos han corrido a cargo de los mismos que se encargaron de recrear la tercera película de Harry Potter, pero el caso es que hay momentos en los que el croma es tan evidente que siembran la duda.

Puede que sea el peor catalán del mundo, un paria de la peor calaña, pero por muchos paralelismos que puedan establecerse entre la ilusión de un mundo nuevo de Segon origen y el furor independentista en Catalunya, debo poder confesar que esta superproducción no está a la altura de tanto alarde mediático de la misma manera que muestro mi escepticismo ante un ‘procés’ que sigo viendo apresurado y partidista. Aun así, seguiré sintiéndome más catalán que nadie.

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