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Añorando a Ashley Judd

Efectos secundarios no puede ser la última película de Steven Soderbergh. Más que nada porque sería de una enorme descortesía que el director de Traffic y Ocean’s eleven se despidiera de su público con semejante telefilme. Más aún cuando su anterior propuesta fue Magic Mike, que aunque dejó el listón en taquilla y la libido de más de una por las nubes supuso un giro demasiado evidente hacia el negocio descarado. Para colmo, es probable que esta vez ni siquiera se haga de oro con este retorno a los noventa.

Y es que si no hubiera terminado devorada por el bótox, esta cinta la habría protagonizado sin duda Ashley Judd, la reina de los giros inesperados, la eterna víctima de las conspiraciones de andar por casa. Su rostro era el único capaz de arrojar credibilidad allí donde la verosimilitud brillaba por su ausencia. Podría decirse que la actriz incluso engendró su propio género, que murió con su destierro del mapa cinematográfico. De ahí que rescatar a estas alturas un tipo de filme sin su figura más crucial resulte hasta insultante.

La culpa no es de Rooney Mara, desde luego, que hace sus esfuerzos por resultar convincente en un rol mucho más increíble que el de Lisbeth Salander (no podemos decir lo mismo de Catherine Zeta-Jones, sobreactuada como nunca antes). El delito lo encontramos en una trama que ni siquiera alcanza el nivel de efectista, porque la única impresión que produce es la misma que una tomadura de pelo. Sean bienvenidos los giros de guión, pero hasta cierto punto, que para delirios argumentales nos basta y nos sobra con Revenge.

Parece mentira que tras este entramado supuestamente bien hilado se encuentre el mismo guionista de Contagio, la última cinta de la que Soderbergh puede sentirse mínimamente orgulloso. Porque si en aquella se apreciaba una notable labor documental, con asesoramiento de epidemiólogos incluido, esta vez parece que por no haber ni siquiera ha habido un mínimo empapamiento de grandes clásicos efectistas, como podrían ser The game o la filmografía completa de la propia Judd.  

Al fin y al cabo, los seguidores de este tipo de cintas no exigimos demasiado. Podemos pasar por alto los manidos estereotipos sobre la industria farmacéutica. Nos importan un bledo los esfuerzos del director por disimular su tufo a thriller facilón, como esos primeros planos desenfocados, insistentes e innecesarios. Lo único que pedimos a este género de dudoso valor artístico es una mínima coherencia y valgan todos sus incautos espectadores como testigos para certificar que Efectos secundarios es justamente lo último que nos ofrece.

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