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Noriega y su doble haraquiri en Lolita's club

No descubro nada nuevo si digo que Eduardo Noriega es mal actor. Basta verle en las sucesivas entrevistas que durante estos días ha concedido a los medios de comunicación para comprobar que al modelo de Schweppes le faltan bastantes litros de sangre en las venas y que si en persona no es capaz de venderse a sí mismo, difícilmente podrá hacer lo mismo con un personaje ficticio.
Un doble reto es lo que plantea la última película de Vicente Aranda, no para el cántabro, que debe realizar un titánico doble esfuerzo para rellenar la pantalla, sino para el sufrido espectador, obligado a apechugar con dos interpretaciones impropias de un actor profesional. No contento con encarnar a un policía duro que amanece borracho tras una noche de putas, papel que no casa ni casará nunca con su registro, Noriega, ni corto ni perezoso, añade un nuevo haraquiri a su currículum poniéndose en la piel de su gemelo, un bonachón con retraso mental obsesionado con una de las prostitutas del local que da nombre al filme.
No sabemos en qué actor ha podido inspirarse Noriega para interpretar, siempre entre comillas, tan complejo personaje. Desde luego, el Dustin Hoffman de Rain man o el Sean Penn de Yo soy Sam no han sido precisamente su referencia. Escondido tras unas inmensas gafas y una estúpida sonrisa constante, y aderezado con forzados balbuceos, su personaje responde más a los tópicos que a la realidad de un enfermo mental. No hablemos ya de su nula credibilidad imitando a auténticos tipos duros como Bruce Willis o Michael Chiklis, el corrupto policía de The shield, y que tan bien supo captar José Coronado en La caja 507.
Pero desde luego, no toda la culpa en este desafortunado filme la tiene Noriega. Canciones de amor en Lolita’s club es un despropósito de principio a fin y el causante no es otro que un Vicente Aranda que jamás debió abandonar la senda del género histórico. Una cinta que prometía ser transgresora, desde el momento en que las salas de cine anunciaban que su tráiler contenía abundante material erótico, se convirtió, tan sólo viendo el avance propagandístico, en una experiencia frustrante. Jamás la publicidad se había acercado tanto a la realidad.
La película arranca lenta, lentísima. Hasta que el protagonista llega al mencionado club de alterne se suceden interminables secuencias en automóvil rodadas a la vieja usanza, recordándonos que todavía es posible grabar desde el interior de un coche aplicando la técnica del croma. La cosa no mejora cuando entra en escena Lolita’s club. La recreación de un prostíbulo de carretera alicantino, tan cañí como los decorados de leopardo que adornan las habitaciones, es lo único que puede resaltarse de un filme que no ha sabido extraer el jugo de ese ambiente tan real como desconocido (para algunos).
Canciones de amor en Lolita’s club podría haberse centrado en plasmar en imágenes los entresijos del lugar en cuestión, con las drogas y el sexo como reclamo, pero sin embargo dedica todos sus esfuerzos, vanos, en relatar una historia de amor que no se sostiene por ningún lado. La relación entre el hermano enfermo mental y la prostituta es ya de por sí insustancial, pero el problema se acrecienta cuando la película evita cualquier tipo de explicación sobre la actitud de amor/odio que mantiene el Noriega poli duro. Una trama tan desdibujada como cada uno de los personajes que la conforman no hacen sino alejar al espectador de una mínima implicación en la historia.
Juan Marsé debería plantearse seriamente conceder más derechos al considerado su adaptador cinematográfico oficial. Aranda le hace un flaco favor a su literatura convirtiendo la que probablemente sea una buena historia en una caótica sucesión de imágenes en la que no se salva ni la banda sonora, más propia de Juana La Loca [¿seguro que es del mismo director?] que de una película contemporánea.

Comentarios

Visionado ha dicho que…
Tengo firme intención de verla y entonces podré opinar, pero no creo que las interpretaciones de Eduardo Noriega hayan sido tan malas. Además, personalmente en el festival Cineuropa (Santiago de Compostela) se ha defendido muy bien.

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