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DEVS | Jugando a ser Dios

¿Son los mandamases de las grandes compañías tecnológicas los nuevos mesías de nuestra época? Solo hace falta echar un vistazo a nuestro alrededor estos días de confinamiento para percatarnos, como mínimo, de su gran hazaña. Sin apenas darnos cuenta, sus invenciones visionarias se han apoderado por completo de nuestras vidas, dirigen nuestro día a día y nosotros nos encomendamos a ellas con una fe y una devoción absolutas, hasta el punto que nos preguntamos qué sería de nosotros, en nuestro forzado enclaustramiento, sin esta nueva razón de ser.

La última creación de Alex Garland, sin embargo, no es tanto una reflexión sobre las nuevas tecnologías, que también, sino una obra total en la que se mezcla la ciencia con la religión, la filosofía con el thriller, el determinismo con el libre albedrío. Todo ello con una gran historia de amor de fondo, la de un padre que busca a toda costa reencontrarse con su hija. Para ello, pone en marcha una división ultrasecreta en su compañía tecnológica, ubicada en un profundo bosque de Silicon Valley y presidida por una enorme estatua de la niña, faro de guía para que sus devotos trabajadores conozcan, sin saberlo, el último propósito de su misión.

Puede que no entendamos la gran mayoría de conceptos sobre filosofía o física cuántica que Devs pone encima de la mesa con gran verosimilitud. Lo interesante de la propuesta es que cada uno se quedará con una lectura de la serie, que más que alardear sobre su propia trascendencia lo que busca es cautivar al espectador con una belleza formal y una banda sonora absolutamente hipnóticas. Hay escenas concretas, determinados sonidos en las melodías, que te adentran por completo en un estado místico e inquietante, aterrador y placentero. Y a pesar de esa aura contemplativa, la serie también dispone de secuencias de acción de infarto, en su mayoría protagonizadas por un enorme Zach Grenier.

Como ocurriera con Perdidos, Devs se mete de lleno en un enredo de multiversos y realidades alternativas muy difícil de resolver. Pero a diferencia de J.J. Abrams y compañía, Garland demuestra tener muy claro el objetivo de su relato y nos encamina hacia un final coherente con la serie. Además de contener algunas de las escenas más poderosas de la ciencia ficción, en las que todos los caminos posibles confluyen en una misma imagen o en la que los protagonistas asisten a su futuro más inmediato, la ficción termina exactamente con los mismos elementos que la convierten en una obra maestra. Acción, misterio y giros sorprendentes pero también belleza, reflexión e interrogantes.

Nada en este mundo ocurre sin un motivo, tal y como manifiesta el personaje que interpreta Alison Pill en un apasionante diálogo con Lily, la gran protagonista de esta historia. Todo está preestablecido, todo se puede prever. Y siguiendo esa máxima filosófica, en la que no hay lugar para la improvisación, Garland ha confeccionado esta compleja maquinaria, explicada de la forma más sencilla posible, sin aturdir pero tampoco insultar al espectador. Los ocho episodios de Devs están milimetrados para que todo llegue al punto final sin apenas resbalones. Podríamos soñar con las múltiples posibilidades que podrían brindarnos nuevas temporadas (Fringe lo llevó a cabo y resultó apasionante) pero, puestos a escoger, mejor nos quedamos con la satisfacción de haber asistido a un viaje hacia el pasado, presente y futuro y a sus múltiples variantes de lo más placentero.

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