El cáncer está de moda. La frase sería totalmente desafortunada si no fuera porque la enfermedad que algún día contraeremos uno de cada tres hombres se ha convertido en el nuevo filón de la industria del entretenimiento. Podríamos pensar que el objetivo es normalizar lo que todavía es un tabú social, pero más vale ser malpensado y distanciar el altruismo de los negocios. Bajo la misma estrella es un fenómeno como en su día también lo fue Los juegos del hambre o la saga de Harry Potter.
No conviene restarle mérito a Polseres vermelles, pero tampoco es casualidad que la Fox haya dado luz verde esta temporada a su adaptación para la televisión estadounidense. Sin el precedente del best seller de John Green, que desde su publicación ya ha vendido más de 12 millones de libros en todo el mundo, seguramente hoy no estaríamos hablando de este gran tanto para nuestra industria que es The red band society, por mucho que el mismísimo Steven Spielberg anduviera detrás del proyecto.
El porqué de este gran éxito editorial es la gran incógnita que rodea a Bajo la misma estrella, una historia de amor entre dos adolescentes con cáncer terminal. A priori no parece el planteamiento más apetecible para los teenagers de medio mundo, más acostumbrados a los poderes sobrenaturales, la lucha por la supervivencia, las distopías, las trilogías y demás inventos calculadamente diseñados para vender libros como churros y garantizar ingresos millonarios por los derechos cinematográficos.
Si la enfermedad siempre ha sido un reclamo para el entretenimiento, la novedad es que también puede serlo para el público más joven, que hasta ahora creíamos más interesado en la evasión que en el drama trágico. Porque Bajo la misma estrella, por mucha novedad e ingenio que le quieran endosar a la novela, no es más que otro romance puesto a prueba por la enfermedad, como en su día lo fueron Love story o Elegir un amor. Otra historia sin final feliz patrocinada por Kleenex.
La gran virtud de John Green es camuflar la tragedia con el sarcasmo y la ironía de su protagonista, una Hazel Grace que asume con resignación, pero también con una cierta rebeldía, su enfermedad terminal. La joven habla sin tapujos sobre el cáncer y la muerte y sobre las reacciones a su alrededor, que van desde las miradas de compasión a los más variopintos privilegios, como la concesión de cualquier tipo de deseo.
Aunque el drama se prevea desde la primera página, su historia de amor con Gus Waters, otro enfermo con un pronóstico más favorable, es de las que inevitablemente arrancará sonrisas. Y lágrimas. Es materialmente imposible reprimir el sentimiento de ternura y tristeza hacia una protagonista indefensa y con las horas contadas. Viene incluido en la perversa estrategia del autor, que más vale asumir desde un principio.
Bajo la misma estrella, como el libro, promete ser un cúmulo de altibajos emocionales, desde el entusiasmo de un viaje a Ámsterdam para conocer el desenlace de su novela favorita hasta el sufrimiento vaticinado, con una pareja protagonista, al menos en el texto original, cargada de carisma y complicidad. Será tan fácil calificarla de pornografía sentimental como sucumbir a su encanto lacrimógeno. Que a nadie le pille por sorpresa.
No conviene restarle mérito a Polseres vermelles, pero tampoco es casualidad que la Fox haya dado luz verde esta temporada a su adaptación para la televisión estadounidense. Sin el precedente del best seller de John Green, que desde su publicación ya ha vendido más de 12 millones de libros en todo el mundo, seguramente hoy no estaríamos hablando de este gran tanto para nuestra industria que es The red band society, por mucho que el mismísimo Steven Spielberg anduviera detrás del proyecto.
El porqué de este gran éxito editorial es la gran incógnita que rodea a Bajo la misma estrella, una historia de amor entre dos adolescentes con cáncer terminal. A priori no parece el planteamiento más apetecible para los teenagers de medio mundo, más acostumbrados a los poderes sobrenaturales, la lucha por la supervivencia, las distopías, las trilogías y demás inventos calculadamente diseñados para vender libros como churros y garantizar ingresos millonarios por los derechos cinematográficos.
Si la enfermedad siempre ha sido un reclamo para el entretenimiento, la novedad es que también puede serlo para el público más joven, que hasta ahora creíamos más interesado en la evasión que en el drama trágico. Porque Bajo la misma estrella, por mucha novedad e ingenio que le quieran endosar a la novela, no es más que otro romance puesto a prueba por la enfermedad, como en su día lo fueron Love story o Elegir un amor. Otra historia sin final feliz patrocinada por Kleenex.
La gran virtud de John Green es camuflar la tragedia con el sarcasmo y la ironía de su protagonista, una Hazel Grace que asume con resignación, pero también con una cierta rebeldía, su enfermedad terminal. La joven habla sin tapujos sobre el cáncer y la muerte y sobre las reacciones a su alrededor, que van desde las miradas de compasión a los más variopintos privilegios, como la concesión de cualquier tipo de deseo.
Aunque el drama se prevea desde la primera página, su historia de amor con Gus Waters, otro enfermo con un pronóstico más favorable, es de las que inevitablemente arrancará sonrisas. Y lágrimas. Es materialmente imposible reprimir el sentimiento de ternura y tristeza hacia una protagonista indefensa y con las horas contadas. Viene incluido en la perversa estrategia del autor, que más vale asumir desde un principio.
Bajo la misma estrella, como el libro, promete ser un cúmulo de altibajos emocionales, desde el entusiasmo de un viaje a Ámsterdam para conocer el desenlace de su novela favorita hasta el sufrimiento vaticinado, con una pareja protagonista, al menos en el texto original, cargada de carisma y complicidad. Será tan fácil calificarla de pornografía sentimental como sucumbir a su encanto lacrimógeno. Que a nadie le pille por sorpresa.
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