De los productores de El orfanato y Los ojos de Julia.
Es el reclamo de la nueva cinta de género que ha parido el cine catalán, pero
que también podría servir como eslogan de las ceremonias de inauguración del
Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. La productora Rodar y
rodar ha encontrado en la joven cantera de la ESCAC una fuente inagotable de
talento y a su vez el certamen se ha nutrido de sus últimos bombazos para dar
la bienvenida a lo grande. Porque de esa manera, de forma totalmente inusual,
con todo el despliegue de medios, se acogía anoche a una ópera prima. A lo
grande.
El cuerpo llegaba con flashes, estrellas y glamour,
pero también con las cintas de Juan Antonio Bayona y Guillem Morales como
peligroso señuelo. Y aunque las tres cuenten con una entregada Belén Rueda como
protagonista, hacen mella las comparaciones. El trabajo de la actriz sigue
siendo impecable, pero ambas predecesoras, sobre todo El orfanato, aportaron
al género alguna novedad, ya fuera en forma de argumento o de escena memorable.
El debut de Oriol Paulo, sin embargo, convierte la novedad en rutina y
demuestra algo que ya tenemos asimilado, que el cine español parece cada vez
menos español. Y poco más.
La película juega muy bien sus cartas. La desaparición del
cadáver de una rica empresaria farmacéutica en el propio depósito de cadáveres es
sólo el preludio de una investigación que mantiene enganchado por completo al
espectador, más por el ansia de conocer la resolución del caso que por el
desarrollo de la trama. Aún así, hay que reconocerle a Paulo una perfecta
ejecución. Y es que sería extraño que alguien pudiera objetarle algún defecto
formal.
Tormenta nocturna, luces que se apagan, banda sonora
paralizante, una morgue. El cuerpo cuenta con todos los elementos que uno
espera del género. El relato se degusta con el mismo ritmo adictivo de una
novela negra. Incluso el guión se detiene en dar profundidad a unos personajes
sin los cuáles el relato se convertiría en un thriller de perfil bajo. Pero
más allá de esa corrección, de esa fidelidad a los cánones clásicos, uno
esperaba de la factoría ESCAC, de una apuesta de Rodar y rodar, ese atisbo de
originalidad que suele contener la mayoría de sus proyectos.
Dado que el riesgo apenas hace acto de presencia en el
desarrollo de la trama, la película traslada todas las expectativas hacia el
desenlace. El propio José Coronado advertía durante el estreno que nada es lo
que parece. Mientras el metraje va conduciendo hacia una posible resolución, el
espectador, que no es tonto, espera impaciente el giro en el guión. Y cuando finalmente
llega, tal como se esperaba y con todos los honores, impera la sensación de
rebuscamiento, la percepción de que resulta muy complicado resolver con efecto
sorpresa sin perder por el camino la credibilidad de la historia.
Así, aunque Belén Rueda lo clava con esta Maika cadáver y
posesiva, tan amante de la broma pesada; aunque José Coronado lo borda de nuevo
como agente más fuera que dentro de la ley, El cuerpo prefiere destinar todo
su empeño a la resolución de una historia que es efectiva pero que finalmente
no deja la boca abierta. La película, por lo tanto, termina siendo idónea para
inaugurar la edición de un Festival de Sitges cuyo lema lo resume todo: “Nuestros
fans son muy difíciles de impresionar”.
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