En los mundos de Coixet no hay lugar para la improvisación. Cada plano, cada detalle, tiene que responder a los peculiares cánones de la directora catalana y trascender por encima de la intelectualidad. Tanto se esfuerza en ser fiel a sí misma que de un tiempo a esta parte, con cada nuevo proyecto que nos presenta, pierde un poco más de frescura. Ni siquiera en su primer acercamiento al thriller se atisba un mínimo resquicio del género, poblando de nuevo su obra de una calculadísima belleza formal.
Coixet ha querido demostrarnos con Mapa de los sonidos de Tokio cuánto sabe de la cultura japonesa y, de paso, cuanto sabe de cine, al menos desde su particular punto de vista. Por un lado, el sushi, el karaoke, el frikismo, las luces de neón, el gusto por lo hortera y la contención sentimental aparecen como tópicos de la sociedad oriental, reflejos de una cultura a ojos de una extranjera. No es nada extraño. Si a una japonesa le diera por rodar en España todos sabemos que el flamenco, la juerga y la buena vida formarían parte de la ambientación de su obra.
Por el otro lado, están los rasgos que ya se han convertido en marca de la casa de la mujer de las gafas de rosa. Silencios desmesurados, diálogos trascendentes o intrascendentes en función de cada prisma, música de primera calidad e imágenes a medio camino entre la excelencia y la pretenciosidad. En esta ocasión, Coixet ha añadido además interludios con efectos sonoros que sirven para justificar el título de la película pero que quedan tan desubicados en la trama del filme como la lavandería de turno que siempre nos intenta colocar.
En todo caso, a pesar de la insistente manía de la directora por elevar cada segundo del metraje a los altares del cine de autor, Mapa de los sonidos de Tokio consigue embaucar. Las interminables reflexiones del captador de sonidos sobre la protagonista o la ralentización del ritmo en determinados momentos no consiguen, a pesar de parecer perseguirlo, un sopor de igual magnitud al de La vida secreta de las palabras. En esta ocasión, la historia engancha.
No es la intriga precisamente la que atrapa al espectador, sino más bien la relación de una introvertida asesina a sueldo japonesa con su próximo objetivo profesional, un catalán que regenta una tienda de vinos en Tokio y que todavía arrastra las secuelas del suicidio de su novia. Enseguida comienza entre ellos una historia de encuentros sexuales con habitación temática de fondo en la que ella consigue abrir su corazón y él logra reproducir al milímetro su anterior relación.
Hacía tiempo que no se producía en el cine una descompensación tan grande entre los dos protagonistas de un filme. Mientras Rinko Kikuchi corrobora que su destacable interpretación en Babel no fue pasajera, Sergi López demuestra con esta película que determinados papeles se le resisten. El capitán Vidal de El laberinto del fauno o el Joaquín de Sólo mía, ambos tipos duros en los que suele encajar como un guante el actor catalán, son el lado opuesto del David de Mapas de los sonidos de Tokio, un personaje que requiere de matices más intimistas. En distancias cortas, López no da la talla y convierte, por tanto, a su compañera de reparto en lo más destacable del filme.
Las miradas y silencios de Kikuchi son los únicos que cumplen el objetivo perseguido por Coixet, en busca de una historia intimista y perturbadora rellena de deseo. La elección de la actriz japonesa es quizá de las pocas decisiones que han contribuido a plasmarlo, mientras los sonidos impostados y las imágenes metafóricas se estrellan en sentido contrario. Mapa de los sonidos de Tokio suma una película salvable más al currículum de Isabel Coixet, una directora que busca pero no encuentra, a pesar del esfuerzo, una obra a la altura de Mi vida sin mí.
Coixet ha querido demostrarnos con Mapa de los sonidos de Tokio cuánto sabe de la cultura japonesa y, de paso, cuanto sabe de cine, al menos desde su particular punto de vista. Por un lado, el sushi, el karaoke, el frikismo, las luces de neón, el gusto por lo hortera y la contención sentimental aparecen como tópicos de la sociedad oriental, reflejos de una cultura a ojos de una extranjera. No es nada extraño. Si a una japonesa le diera por rodar en España todos sabemos que el flamenco, la juerga y la buena vida formarían parte de la ambientación de su obra.
Por el otro lado, están los rasgos que ya se han convertido en marca de la casa de la mujer de las gafas de rosa. Silencios desmesurados, diálogos trascendentes o intrascendentes en función de cada prisma, música de primera calidad e imágenes a medio camino entre la excelencia y la pretenciosidad. En esta ocasión, Coixet ha añadido además interludios con efectos sonoros que sirven para justificar el título de la película pero que quedan tan desubicados en la trama del filme como la lavandería de turno que siempre nos intenta colocar.
En todo caso, a pesar de la insistente manía de la directora por elevar cada segundo del metraje a los altares del cine de autor, Mapa de los sonidos de Tokio consigue embaucar. Las interminables reflexiones del captador de sonidos sobre la protagonista o la ralentización del ritmo en determinados momentos no consiguen, a pesar de parecer perseguirlo, un sopor de igual magnitud al de La vida secreta de las palabras. En esta ocasión, la historia engancha.
No es la intriga precisamente la que atrapa al espectador, sino más bien la relación de una introvertida asesina a sueldo japonesa con su próximo objetivo profesional, un catalán que regenta una tienda de vinos en Tokio y que todavía arrastra las secuelas del suicidio de su novia. Enseguida comienza entre ellos una historia de encuentros sexuales con habitación temática de fondo en la que ella consigue abrir su corazón y él logra reproducir al milímetro su anterior relación.
Hacía tiempo que no se producía en el cine una descompensación tan grande entre los dos protagonistas de un filme. Mientras Rinko Kikuchi corrobora que su destacable interpretación en Babel no fue pasajera, Sergi López demuestra con esta película que determinados papeles se le resisten. El capitán Vidal de El laberinto del fauno o el Joaquín de Sólo mía, ambos tipos duros en los que suele encajar como un guante el actor catalán, son el lado opuesto del David de Mapas de los sonidos de Tokio, un personaje que requiere de matices más intimistas. En distancias cortas, López no da la talla y convierte, por tanto, a su compañera de reparto en lo más destacable del filme.
Las miradas y silencios de Kikuchi son los únicos que cumplen el objetivo perseguido por Coixet, en busca de una historia intimista y perturbadora rellena de deseo. La elección de la actriz japonesa es quizá de las pocas decisiones que han contribuido a plasmarlo, mientras los sonidos impostados y las imágenes metafóricas se estrellan en sentido contrario. Mapa de los sonidos de Tokio suma una película salvable más al currículum de Isabel Coixet, una directora que busca pero no encuentra, a pesar del esfuerzo, una obra a la altura de Mi vida sin mí.
Comentarios