Los devotos de Carrie y sus tres amigas, entre los que me encuentro, sabían a lo que iban con la entrada de Sexo en Nueva York en la mano. Elucubraciones de una treintañera ya cuarentona con muchos pájaros en la cabeza y muy poco trabajo, conflictos de pareja de unas antaño solteronas y ahora aposentadas señoras, moda a raudales y sexo, lo que se dice sexo, más bien poco. De hecho, la calificación para mayores de 13 años en la introducción ya lo deja bien claro.
Lo que algunos seguidores de la serie puede que no lleguen a comprender, entre los cuáles también me hago un hueco, es cómo ha sido posible un estiramiento tan desmesurado de este chicle ya mascado y que tan buen sabor de boca supo dejarnos. Uno de los productores de la serie y director del filme, Michael Patrick King, ha condimentado Sexo en Nueva York, la película con tantos guiños al fan que ha rozado peligrosamente el empacho.
Sabíamos que Carrie era pija a morir pero no hasta el punto de meterse en la cama con un pedazo de collar de perlas. Conocíamos su gusto por la moda y los manolos de 300 dólares pero no tanto como para presagiar que en el futuro necesitaría un armario del tamaño de mi piso. El colmo de la perplejidad nos llega cuando la protagonista contrata a una asistenta nada más y nada menos que para abrirle los mails! Todo un despropósito que convierte a la nueva Carrie en una parodia de lo que fue.
Ni siquiera Samantha, la que da mayor sentido a Sexo en Nueva York, parece la misma. Si sus hazañas con los hombres eran protagonistas día sí y día también a lo largo de toda la serie, en esta edulcorada versión su talento humorístico se reduce a una única escena con el ‘sushi’ como protagonista. Si en toda la película lo único descojonante que sale de su boca es un comentario sobre la depilación de Miranda, apaga y vámonos. Su talento habrá sido desaprovechado.
Y es que el toque humorístico que tan bien encajaba en la serie por sus comentarios ácidos y sin tabúes apenas está presente en la versión para la pantalla grande. Los dilemas sobre el sabor del esperma de la nueva conquista de Samantha se sustituyen aquí por los problemas gastrointestinales de Charlotte, uno de los pocos momentos tronchantes de la película pero, no nos engañemos, tan poco sexual como sofisticado.
El gran problema de Sexo en Nueva York, la película es su inabarcable duración, para la que se necesitaba una estructura mucho más sólida que cinco capítulos seguidos de la serie. El guión está tan estirado que al final lo que uno espera con ansia es el previsible desenlace feliz. En la mitad quedan escenas con más o menos acierto y mejor o peor hilvanadas pero sin más interés que el de volverse a encontrar de nuevo con aquellas cuatro chicas que tan buenos momentos nos hicieron pasar.
Sexo en Nueva York, la película explota tanto los clichés por los que es conocida (y criticada) la serie que termina dando la razón a los que la consideraban banal y superflua. La moda es reducida a cuatro tópicas marcas, la elegancia y sofisticación son confundidas con el ridículo y la idiotez y el sexo es disminuido a la nada. Con tales méritos, el filme lo único que consigue es hacernos añorar aquellas sesiones de 25 minutos en las que humor, inteligencia y sexo se daban la mano.
Lo que algunos seguidores de la serie puede que no lleguen a comprender, entre los cuáles también me hago un hueco, es cómo ha sido posible un estiramiento tan desmesurado de este chicle ya mascado y que tan buen sabor de boca supo dejarnos. Uno de los productores de la serie y director del filme, Michael Patrick King, ha condimentado Sexo en Nueva York, la película con tantos guiños al fan que ha rozado peligrosamente el empacho.
Sabíamos que Carrie era pija a morir pero no hasta el punto de meterse en la cama con un pedazo de collar de perlas. Conocíamos su gusto por la moda y los manolos de 300 dólares pero no tanto como para presagiar que en el futuro necesitaría un armario del tamaño de mi piso. El colmo de la perplejidad nos llega cuando la protagonista contrata a una asistenta nada más y nada menos que para abrirle los mails! Todo un despropósito que convierte a la nueva Carrie en una parodia de lo que fue.
Ni siquiera Samantha, la que da mayor sentido a Sexo en Nueva York, parece la misma. Si sus hazañas con los hombres eran protagonistas día sí y día también a lo largo de toda la serie, en esta edulcorada versión su talento humorístico se reduce a una única escena con el ‘sushi’ como protagonista. Si en toda la película lo único descojonante que sale de su boca es un comentario sobre la depilación de Miranda, apaga y vámonos. Su talento habrá sido desaprovechado.
Y es que el toque humorístico que tan bien encajaba en la serie por sus comentarios ácidos y sin tabúes apenas está presente en la versión para la pantalla grande. Los dilemas sobre el sabor del esperma de la nueva conquista de Samantha se sustituyen aquí por los problemas gastrointestinales de Charlotte, uno de los pocos momentos tronchantes de la película pero, no nos engañemos, tan poco sexual como sofisticado.
El gran problema de Sexo en Nueva York, la película es su inabarcable duración, para la que se necesitaba una estructura mucho más sólida que cinco capítulos seguidos de la serie. El guión está tan estirado que al final lo que uno espera con ansia es el previsible desenlace feliz. En la mitad quedan escenas con más o menos acierto y mejor o peor hilvanadas pero sin más interés que el de volverse a encontrar de nuevo con aquellas cuatro chicas que tan buenos momentos nos hicieron pasar.
Sexo en Nueva York, la película explota tanto los clichés por los que es conocida (y criticada) la serie que termina dando la razón a los que la consideraban banal y superflua. La moda es reducida a cuatro tópicas marcas, la elegancia y sofisticación son confundidas con el ridículo y la idiotez y el sexo es disminuido a la nada. Con tales méritos, el filme lo único que consigue es hacernos añorar aquellas sesiones de 25 minutos en las que humor, inteligencia y sexo se daban la mano.
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