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¿Y si la dirigiese un hombre?

¿Recuerdan esa mítica escena en la que Antonio Banderas y Rebeca de Mornay fornicaban como animales en una especie de jaula? Pertenecía a Nunca hables con extraños, de 1995. ¿O El cuerpo del delito, otro thriller erótico en el que una calenturienta Madonna derramaba cera caliente sobre el cuerpo desnudo de Willem Dafoe? Se estrenó en 1993. Veinte años más tarde, ya en la actualidad, se convertiría en fenómeno la historia de amor sadomasoquista entre un joven magnate y una inocente estudiante. La prueba palpable de que, en materia sexual, la industria de Hollywood (y por ende toda la sociedad occidental) no sólo no ha avanzado hacia la modernidad sino que ha desandado el camino recorrido hacia la más pretérita mojigatez.

Increíble que un argumento tan escueto y sencillo, resumible en una sola frase, haya nutrido más de 1.500 páginas de una trilogía que ha arrasado entre más de 100 millones de mujeres (y algún que otro hombre). Es de suponer que tanta polvareda y excitación entre el público femenino proviene de una descripción tórrida y minuciosa de los encuentros sexuales. Detalles al milímetro que la adaptación cinematográfica de Cincuenta sombras de Grey ha decidido pasar por alto para servirnos una versión pulcra y beata, acorde con los más de 80 millones de dólares con los que la cinta ha dado el taquillazo en su primer fin de semana.

A Christian Grey, ese que no hace el amor sino que folla (y bien duro), apenas le vemos el trasero y un asomo de vello púbico. Algo más generosa se muestra la directora con los desnudos de Dakota Johnson, como si al público potencial de la película le importaran un pimiento los pechos de la hija de Melanie Griffith. Cada plano está perfectamente calculado para evitar la explicitud, utilizando los mismos obstáculos visuales que imperan en las películas pseudoeróticas de ciertas televisiones locales. Una cinta sexual sin sexo. Para entendernos, es como si en Salvar al soldado Ryan no apareciera ni un solo fusil o en Titanic se obviara la existencia del iceberg.

Descartado el reclamo sexual, sorprende también que una historia de amor tan descafeinada y retrógrada triunfe entre las mujeres. Puede achacarse a los nulos conocimientos del hombre sobre la sexualidad femenina, pero de entrada dice bien poco sobre ella que a estas alturas siga embelesando el prototipo de amante opresivo y ultraprotector. La sumisión de Anastasia ante situaciones tan superadas como la independencia económica o la propia libertad individual (el tal Grey se pone como una moto cuando se entera de que viajará sola para ver a su madre), es mucho más vejatoria que cualquier penetración anal.

Menos mal que todo este entramado comercial, que pretende ser un exponente de liberación sexual de la mujer cuando en realidad pregona sumisiones y dependencias del pasado, tiene un sello femenino. No quiero ni pensar en las furibundas reacciones que tendrían muchas de las mujeres que hoy acuden en masa al cine si quién estuviera detrás del proyecto fuera un hombre. Porque lo firme quien lo firme, Cincuenta sombras de Grey es ya el exitazo más machista de la historia del cine.

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