
En un año marcado por la desertización,
Camino era la única vencedora posible de la noche del cine español. Cualquier otra decisión de los académicos hubiera resultado grotesca. Ni
Los girasoles ciegos, enésima historia ambientada en la Guerra Civil, ni la aventura internacional pero irregular de Álex de la Iglesia, ni por supuesto la presuntuosa película de Agustín Díaz Yanes le hacían sombra al que sin duda ha sido el filme del año. Javier Fesser ha emprendido un cambio de registro en su carrera llevando la religión al cine con inusual libertad de expresión.
Camino logra remover conciencias combinando el drama más puramente realista y descorazonador con la fantasía de un cuento de hadas. Su valiente propuesta merecía reconocimiento y, por qué no, la oportunidad de luchar por la estatuilla dorada de Hollywood.
Nuestra Academia, mientras, mantiene su guerra abierta contra las descargas ilegales por internet cuando es evidente que el cine español, salvo honrosas excepciones, adolece de problemas mucho más graves como la absoluta falta de ideas. Una vez más, parece que sin Aménabar ni Almodóvar seguimos sin levantar cabeza.
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