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El ensayo sobre la vejez de Isabel Coixet

Algo hay en la historia que nos cuenta Coixet en su última película que atrapa. No sé si el morbo de una relación entre hombre maduro y jovencita o si el juego dialéctico del protagonista consigo mismo o por el mero hecho de ver en pantalla un romance protagonizado por Penélope Cruz y Ben Kingsley. El caso es que Elegy despierta algunas de las sensaciones con las que tarde o temprano deberemos convivir, los miedos frecuentes del ser humano.
El paso del tiempo es sin duda el más aterrador. Todas las acciones y reacciones del profesor Kepesh se mueven en torno a ese reloj biológico que le recuerda constantemente que los años pasan y que con ellos marchan también las oportunidades. En su lucha contra la edad a veces sale ganador, logrando por ejemplo que su capricho en forma de joven estudiante termine arrojándose a sus brazos. Pero en tantas otras ocasiones son los años los que terminan venciéndole y frenando lo que de joven de bien seguro hubiera derivado a final feliz.
El abismo que lo separa de su amada Consuela se convierte en su principal obsesión, en el único freno de mano que impide avanzar la relación. Cuando el profesor se topa de bruces con el amor, tras toda una vida plagada de aventuras y experimentos matrimoniales, es ya demasiado tarde. Todo lo joven que parecía sentirse hasta el momento se diluye con la entrada en escena de esa cubana dulce y fresca. La situación termina por superarlo.
Otros miedos afloran en cuanto aparece Consuela en su vida. El pánico a perderla que da paso al recelo y que da paso a la posesión. Excelentes son las imágenes mentales que se le crean en las que aparece ella en brazos de un apuesto muchacho, como no, mucho más joven que él. Reacio a las ataduras, finalmente termina convirtiéndose en la persona dominante y absorbente de la que tanto huía.
En ella surgen los temores de la soledad. En cuanto logra que el sexagenario profesor le toque el piano en la intimidad de su apartamento, quiere más. Primero, saber si su amante defiende el engaño y la infidelidad, luego querer presentarlo en sociedad, formalizar la relación. Demasiado para un tipo acostumbrado a no rendir cuentas a nadie.
El argumento de esta extraña historia de amor puede que resulte más satisfactorio desde las páginas de un libro que en forma de filme intimista. Las reflexiones que va vertiendo el protagonista sobre la vejez y su relación con Consuela seguramente sean más reveladoras en la novela El animal moribundo, de Philip Roth, en la que se basa la película. Sin embargo, los de la productora independiente Lakeshore parecían muy interesados en llevarla al cine y por el camino se encontraron a una Isabel Coixet entregada que gustosa aceptó el reto.
Se nota que la directora catalana ha renunciado a gran parte de su creatividad con este encargo. Por primera vez se ha enfrentado a la adaptación de una exitosa novela y, aunque asegura que los productores le dieron carta blanca, finalmente ha pesado la fidelidad al autor original. El guión no le ha permitido jugar con los silencios ni con las miradas ni con las músicas como Coixet solía hacer con todas sus obras. Sin embargo, ha sabido hacer suyos esos miedos que refleja la novela original y que tanto la inquietan, como la enfermedad, la soledad o la muerte, y les ha proporcionado entidad.
Un experimentado Ben Kingsley y una Patricia Clarkson que se come a Penélope Cruz con patatas –nuestra actriz demuestra una vez más que el inglés no es su lenguaje más creativo- son el fiel reflejo de cómo influye el paso del tiempo sobre nosotros y de hasta qué punto el amor finalmente sí tiene fronteras.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Como me gusta poder leerte, la verdad es que echaba de menos esto, asi que manos a la obra, y a revivir esos momentos de criticas. Allá voy.
Primero de todo decir que el marco en el que viví esta pelicula podia influir en que fuese vista de una manera distinta. Todo era una fiesta, un gran estreno, con la directora y la protagonista (Pé) en el acto, junto con varios famosos de turno y la visita de ZP y su mujer (claro Coixet hizo los anuncios de la campaña del PSOE, me enteré después).
En fin, la verdad es que la película me dejó bastante confuso. Me costó darme cuenta que estaba viendo una peli de la Coixet, no reconocía en esa pelicula a la directora que me enamoró con Mi vida sin mí. A ratos se hace lenta y a ratos capta tu atención y tu corazón. Pero curiosamente, no son los protagonistas los que nos regalan los momentos más hermosos. La química entre ellos está un poco cogida con alfileres y eso le quita mágia. El mejor de esa 'pareja', obviamente, Sir Ben. Solvente y demoledor cuando tiene que serlo, pétreo cuando toca. Una delicia.
El personaje interpretado brutalmente por Dennis Hopper (para mí, lo mejor de la película) dice en un momento: “Las mujeres bellas son invisibles”, se basaria en eso la directora para hacer desaparecer a Pe? O quizas se lo debemos a nuestra actriz mas mediatica?
Hay una primera parte en la que está bellisima, pero 'no se la vé', y es justo cuando comienzas a distinguir a su personaje que pe aparece menos bella.
Sin lugar a dudas los mejores son los secundarios, ademas de Hopper está Patricia Clarkson, espectacular en su rol de mujer madura, tiburón en los negocios y bella. Hasta Deborah Harry vuelve a aparecer tras Mi vida sin mi, con una de las escenas mas emoticas de toda la pelicula.
Donde sí pude ver que se encontraba mi adorada directora fue en sus cuidadas imágenes. De las mejores cuando Kingsley está solo en la pista de paddle, simplemente memorable. Y otra de sus virtudes, la banda sonora. La eleccion de la musica deliciosa como en todas sus películas.
En definitiva, le falta lo que Isabel ha sabido darnos en esas historias salidas de su cabeza, de su puño, de su corazón y su alma, aqui ha cogido todo eso mismo del autor de 'The Dying Animal', Philip Roth, y lo ha intentado pasar por la batidora de su creaccion. Se ha quedado a medio camino.
No diré que es mala, pero no es la mejor sin lugar a dudas.

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